El Éxodo
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En uno de los pasajes más hermosos y consoladores de la profe-
cía de Isaías, se hace referencia a la columna de nube y de fuego para
indicar cómo escoltará Dios a su pueblo en la gran lucha final con los
poderes del mal: “Y creará Jehová sobre toda la morada del monte
Sión y sobre los lugares de sus asambleas, nube y oscuridad de día,
y de noche resplandor de llamas de fuego. Y sobre todo, la gloria
del Señor, como un dosel; y habrá un resguardo de sombra contra el
calor del día, y un refugio y escondedero contra la tempestad y el
aguacero”.
Isaías 4:5, 6
.
Viajaron a través del lóbrego y árido desierto. Ya comenzaban a
preguntarse adónde los conduciría ese viaje; ya estaban cansándose
de aquella ajetreada ruta, y algunos comenzaron a sentir el temor de
una persecución de parte de los egipcios. Pero la nube continuaba
avanzando, y ellos la seguían. Entonces el Señor indicó a Moisés
que se desviara en dirección a un desfiladero rocoso para acampar
junto al mar. Le reveló que el faraón los perseguiría, pero que Dios
sería glorificado por su liberación.
En Egipto se esparció la noticia de que los hijos de Israel, en
vez de detenerse para adorar en el desierto, iban hacia el Mar Rojo.
Los consejeros del faraón manifestaron al rey que sus esclavos
habían huido para nunca más volver. El pueblo deploró su locura
de haber atribuido la muerte de los primogénitos al poder de Dios.
Los grandes hombres, reponiéndose de sus temores, explicaron las
plagas por causas naturales. “¿Cómo hemos hecho esto? Hemos
dejado ir a Israel, para que no nos sirva” (véase
Éxodo 14
) era su
amargo clamor.
El faraón reunió sus fuerzas, “y tomó seiscientos carros esco-
gidos, y todos los carros de Egipto”, y capitanes y soldados de
caballería, e infantería. El rey mismo, rodeado por los principales
hombres de su reino, encabezaba el ejército. Para obtener el favor
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de los dioses, y asegurar así el éxito de su empresa, los sacerdotes
también los acompañaban. El rey estaba decidido a intimidar a los
israelitas mediante un gran despliegue de poder. Los egipcios temían
que su forzada sumisión al Dios de Israel los expusiera a la burla de
las otras naciones; pero si ahora salían con gran demostración de
poder y traían de vuelta a los fugitivos, recuperarían su prestigio y
también el servicio de sus esclavos.