Página 266 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
dos, habían quedado rezagados. Moisés, sabiendo que la mayoría
del pueblo no estaba preparada para la batalla, mandó a Josué que
escogiera de entre las diferentes tribus un cuerpo de soldados, y que
al día siguiente los capitaneara contra el enemigo, mientras él mismo
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estaría en una altura cercana con la vara de Dios en la mano.
Al siguiente día Josué y su compañía atacaron al enemigo, mien-
tras Moisés, Aarón y Hur se situaron en una colina que dominaba
el campo de batalla. Con los brazos extendidos hacia el cielo, y
con la vara de Dios en su diestra, Moisés oró por el éxito de los
ejércitos de Israel. Mientras proseguía la batalla, se notó que siempre
que sus manos estaban levantadas, Israel triunfaba; pero cuando las
bajaba, el enemigo prevalecía. Cuando Moisés se cansó, Aarón y
Hur sostuvieron sus manos hasta que, al ponerse el sol, el enemigo
huyó.
Al sostener Aarón y Hur las manos de Moisés, mostraron al pue-
blo que su deber era apoyarlo en su ardua labor mientras recibía las
palabras de Dios para transmitírselas a ellos. Y lo que hizo Moisés
también fue muy significativo, pues les demostró que su destino
estaba en las manos de Dios; mientras el pueblo confiara en el Señor,
él pelearía por ellos y dominaría a sus enemigos; pero cuando no se
apoyaran en él, cuando confiaran en su propia fortaleza, entonces
serían aun más débiles que los que no tenían el conocimiento de
Dios, y sus enemigos triunfarían sobre ellos.
Como los hebreos triunfaban cuando Moisés elevaba las manos
al cielo e intercedía por ellos, así también triunfará el Israel de
Dios cuando mediante la fe se apoye en la fortaleza de su poderoso
Ayudador. No obstante, el poder divino ha de combinarse con el
esfuerzo humano. Moisés no creyó que Dios vencería a sus enemigos
mientras Israel permaneciera inactivo. Al mismo tiempo que el gran
jefe imploraba al Señor, Josué y sus valientes soldados estaban
haciendo cuanto podían para derrotar a los enemigos de Israel y de
Dios.
Después de la derrota de los amalecitas, Dios mandó a Moisés:
“Escribe esto para que sea recordado en un libro, y di a Josué que
borraré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo”. Un
poco antes de su muerte, el gran caudillo dio a su pueblo el solemne
encargo: “Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino,
cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino