Página 267 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Del Mar Rojo al Sinaí
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y, sin ningún temor de Dios, te desbarató la retaguardia de todos
los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y sin
fuerzas. [...] Borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo; no
lo olvides”.
Deuteronomio 25:17-19
. Tocante a este pueblo impío
declaró el Señor: “la mano de Amalec se levantó contra el trono de
Jehová”.
Éxodo 17:16
.
Los amalecitas no desconocían el carácter de Dios ni su sobe-
ranía, pero en lugar de temerle, se habían empeñado en desafiar su
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poder. Las maravillas hechas por Moisés ante los egipcios fueron
tema de burla para los amalecitas, y se mofaron de los temores de los
pueblos circunvecinos. Habían jurado por sus dioses que destruirían
a los hebreos de tal manera que ninguno escaparía, y se jactaban de
que el Dios de Israel sería impotente para resistirlos. Los israelitas
no los habían perjudicado ni amenazado. En ninguna forma habían
provocado el ataque. Para manifestar su odio y su desafío a Dios,
los amalecitas trataron de destruir al pueblo escogido.
Durante mucho tiempo habían sido pecadores arrogantes, y sus
crímenes clamaban a Dios exigiendo venganza; sin embargo, su
misericordia todavía los llamaba al arrepentimiento; pero cuando
cayeron sobre las cansadas e indefensas filas de Israel, sellaron la
suerte de su propia nación. El cuidado de Dios se manifiesta en
favor de los más débiles de sus hijos. Ningún acto de crueldad u
opresión hacia ellos es pasado por alto en el cielo. La mano de Dios
se extiende como un escudo sobre todos los que lo aman y temen;
cuídense los hombres de no herir esa mano; porque ella esgrime la
espada de la justicia.
No muy lejos del sitio donde los israelitas estaban acampando
se hallaba la casa de Jetro, el suegro de Moisés. Jetro había oído
hablar de la liberación de los hebreos, y fue a visitarlos, para llevar a
la presencia de Moisés su esposa y sus dos hijos. El gran jefe supo,
mediante mensajeros, que su familia se acercaba y salió con regocijo
a recibirla. Terminados los primeros saludos, la condujo a su tienda.
Moisés había hecho regresar a su familia cuando iba a cumplir
su peligrosa tarea de sacar a los israelitas de Egipto, pero ahora
nuevamente podría gozar del alivio y el consuelo de su compañía.
Relató a Jetro la manera en que Dios había obrado maravillosamente
en favor de Israel, y el patriarca se regocijó y bendijo al Señor, y se