Página 268 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
unió a Moisés y a los ancianos para ofrecer sacrificios y celebrar
una fiesta solemne en conmemoración de la misericordia de Dios.
Durante su estada en el campamento, Jetro vio lo pesadas que
eran las cargas que recaían sobre Moisés. Era una tarea tremenda
la de mantener el orden y la disciplina entre aquella gran multitud
ignorante y sin experiencia. Moisés era su jefe y legislador reco-
nocido, y atendía no solo a los intereses y deberes generales del
pueblo, sino también a las disputas que surgían entre ellos. Había
estado haciéndolo porque le daba la oportunidad de instruirlos; o
de declararles, como dijo, “los preceptos de Dios y sus leyes”. Pero
Jetro objetó diciendo: “Desfallecerás del todo, tú y también este
pueblo que está contigo, porque el trabajo es demasiado pesado para
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ti y no podrás hacerlo tú solo”. Y aconsejó a Moisés que nombrara
a personas capacitadas como “jefes de mil, de cien, de cincuenta
y de diez”. Debían ser ““hombres virtuosos, temerosos de Dios,
hombres veraces, que aborrezcan la avaricia”. Habrían de juzgar los
asuntos de menor importancia, mientras que los casos más difíciles
e importantes continuarían trayéndose a Moisés, quien iba a estar
por el pueblo, “delante de Dios, y -dijo Jetro- somete tú los asuntos
a Dios. Enséñales los preceptos y las leyes, muéstrales el camino
por donde deben andar y lo que han de hacer”. Este consejo fue
aceptado, y no solo alivió a Moisés, sino que también estableció
mejor orden entre el pueblo. Véase
Éxodo 18
.
El Señor había honrado grandemente a Moisés, y había realizado
maravillas por su mano; pero el hecho de que ser escogido para
instruir a otros, no lo indujo a creer que él mismo no necesitaba
instrucción. El escogido caudillo de Israel escuchó de buena gana
las amonestaciones del piadoso sacerdote de Madián, y adoptó su
plan como una sabia disposición.
De Refidín, el pueblo continuó su viaje, siguiendo el movimiento
de la columna de nube. Su itinerario los había conducido a través
de estériles llanuras, escarpadas pendientes y desfiladeros rocosos.
A menudo mientras atravesaban los arenosos desiertos, habían di-
visado ante ellos, como enormes baluartes, montes escabrosos que,
levantándose directamente frente a su camino, parecían impedirles
el paso. Pero cuando se acercaban, aparecían salidas aquí y allá en
la muralla de la montaña, y otra llanura se presentaba ante su vista.
Por uno de estos profundos y arenosos pasos iban ahora. Era una