Página 273 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La ley dada a Israel
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que sus imágenes no eran más que figuras o símbolos mediante
los cuales adoraban a la Deidad; pero Dios declaró que tal culto
es un pecado. El tratar de representar al Eterno mediante objetos
materiales degrada el concepto que el hombre tiene de Dios. La
mente, apartada de la infinita perfección de Jehová, es atraída hacia
la criatura más bien que hacia el Creador, y el hombre se degrada a
sí mismo en la medida en que rebaja su concepto de Dios.
“Yo soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso”. La relación estrecha y
sagrada de Dios con su pueblo se representa mediante el símbolo
del matrimonio. Puesto que la idolatría es adulterio espiritual, el
desagrado de Dios bien puede llamarse celos.
“Que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la terce-
ra y cuarta generación de los que me aborrecen”. Es inevitable que
los hijos sufran las consecuencias de la maldad de sus padres, pero
no son castigados por la culpa de sus padres, a no ser que participen
de los pecados de estos. Sin embargo, generalmente los hijos siguen
los pasos de sus padres. Por la herencia y por el ejemplo, los hijos
llegan a ser participantes de los pecados de sus progenitores. Las
malas inclinaciones, el apetito pervertido, la moralidad depravada,
además de las enfermedades y la degeneración física, se transmiten
como un legado de padres a hijos, hasta la tercera y cuarta gene-
ración. Esta terrible verdad debiera tener un poder solemne para
impedir que los hombres sigan una conducta pecaminosa.
“Y hago misericordia por millares a los que me aman y guardan
mis mandamientos”. El segundo mandamiento, al prohibir la adora-
ción de falsos dioses, demanda que se adore al Dios verdadero. Y a
los que son fieles en servir al Señor se les promete misericordia, no
solo hasta la tercera y cuarta generación, que es el tiempo que su ira
amenaza a los que le odian, sino hasta la milésima generación.
“No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano, porque no
dará por inocente Jehová al que tome su nombre en vano”.
Este mandamiento (el tercero) no solo prohibe el jurar en falso y
las blasfemias tan comunes, sino también el uso del nombre de Dios
de una manera frívola o descuidada, sin considerar su tremendo sig-
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nificado. Deshonramos a Dios cuando mencionamos su nombre en
la conversación ordinaria, cuando apelamos a él por asuntos triviales,
cuando repetimos su nombre con frecuencia y sin reflexión. “Santo
y terrible es su nombre”.
Salmos 111:9
. Todos deben meditar en su