Página 276 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
de la vida exterior, sino también en las intenciones secretas y en
las emociones del corazón. Cristo, al enseñar cuán abarcante es la
obligación de guardar la ley de Dios, declaró que los malos pensa-
mientos y las miradas concupiscentes son tan ciertamente pecados
como el acto ilícito.
“No hurtarás”.
Esta prohibición incluye tanto los pecados públicos como los
privados. El octavo mandamiento condena el robo de hombres y
el tráfico de esclavos, y prohibe las guerras de conquista. Condena
el hurto y el robo. Exige estricta integridad en los más mínimos
pormenores de los asuntos de la vida. Prohibe la excesiva ganancia
en el comercio, y requiere el pago de las deudas y de salarios justos.
Implica que toda tentativa de sacar provecho de la ignorancia, de-
bilidad, o desgracia de los demás, se anota como un fraude en los
registros del cielo.
“No dirás contra tu prójimo falso testimonio”.
(Noveno mandamiento). La mentira acerca de cualquier asunto,
todo intento o propósito de engañar a nuestro prójimo, están in-
cluidos en este mandamiento. La falsedad consiste en la intención
de engañar. Mediante una mirada, un ademán, una expresión del
semblante, se puede mentir tan eficazmente como si se usaran pa-
labras. Toda exageración intencionada, toda insinuación o palabras
indirectas dichas con el fin de producir un concepto erróneo o exage-
rado, hasta la exposición de los hechos de manera que den una idea
equivocada, todo esto es mentir. Este precepto prohibe todo intento
de dañar la reputación de nuestros semejantes por medio de tergi-
versaciones o suposiciones malintencionadas, mediante calumnias o
chismes. Hasta la supresión intencional de la verdad, hecha con el
fin de perjudicar a otros, es una violación del noveno mandamiento.
“No codiciarás la casa de tu prójimo: no codiciarás la mujer de
tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa
alguna de tu prójimo”.
El décimo mandamiento ataca la raíz misma de todos los peca-
dos, al prohibir el deseo egoísta, del cual nace el acto pecaminoso.
El que, obedeciendo a la ley de Dios, se abstiene de abrigar hasta el
deseo pecaminoso de poseer lo que pertenece a otro, no será culpable
de un mal acto contra sus semejantes.