Página 278 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
de los padres, debían de castigarse con la muerte. Era permitido
tener esclavos de origen no israelita, pero la vida y las personas de
ellos se protegían con todo rigor. El asesino de un esclavo debía ser
castigado; y cuando el esclavo sufría algún perjuicio a manos de su
amo, aunque no fuera más que la pérdida de un diente, tenía derecho
a la libertad.
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Los israelitas mismos habían sido siervos poco antes, y ahora
que iban a tener siervos, debían guardarse de dar rienda suelta al
espíritu de crueldad que los había hecho sufrir a ellos bajo sus amos
egipcios. El recuerdo de su amarga servidumbre debía capacitar-
los para comprender la situación del siervo, para ser bondadosos y
compasivos, y tratar a los otros como ellos quisieran ser tratados.
Los derechos de las viudas y los huérfanos se salvaguardaban
en forma especial y se recomendaba una tierna consideración hacia
ellos por su condición desamparada. “Si tú llegas a afligirlos, y ellos
claman a mí, ciertamente oiré yo su clamor, mi furor se encenderá
y os mataré a espada; vuestras mujeres serán viudas, y huérfanos
vuestros hijos”. Los extranjeros que se unieran con Israel debían
ser protegidos del agravio o la opresión. “No oprimirás al extranje-
ro, porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que
extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”.
Se prohibió tomar usura de los pobres. Si a un pobre se le quitaba
su vestido o su frazada como prenda, se le habían de devolver al
anochecer. El culpable de un robo, tenía que devolver el doble.
Se ordenó que se respetara a los jueces y a los jefes; y a los
jueces se les prohibió pervertir el derecho, ayudar a una causa falsa,
o aceptar sobornos. Se prohibieron la calumnia y la difamación, y se
ordenó obrar con bondad, hasta para con los enemigos personales.
Nuevamente se le recordó al pueblo su sagrada obligación de
observar el sábado. Se designaron fiestas anuales, en las cuales todos
los hombres de la nación debían congregarse ante el Señor, y llevarle
sus ofrendas de gratitud, y las primicias de la abundancia que él
les diera. Fue declarado el objeto de todos estos reglamentos: no
servirían meramente para ejercer una soberanía arbitraria, sino para
el bien de Israel. El Señor dijo: “Me seréis hombres santos”, dignos
de ser reconocidos por un Dios santo.
Estos “derechos” debían ser escritos por Moisés y junto con los
Diez Mandamientos, para cuya explicación fueron dados, debían ser