Página 280 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Ahora se habían de hacer los arreglos para el establecimiento
completo de la nación escogida bajo la soberanía de Jehová como
rey. Moisés había recibido el mandato: “Sube ante Jehová, junto
con Aarón, Nadab, Abiú y setenta de los ancianos de Israel; y os
inclinaréis de lejos. Pero solo Moisés se acercará a Jehová”. Mientras
el pueblo oraba al pie del monte, estos hombres escogidos fueron
llamados al monte. Los setenta ancianos habían de ayudar a Moisés
en el gobierno de Israel, y Dios puso sobre ellos su Espíritu, y los
honró con la visión de su poder y grandeza. “Y vieron al Dios de
Israel. Debajo de sus pies había como un embaldosado de zafiro,
semejante al cielo cuando está sereno”. No contemplaron la Deidad,
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pero vieron la gloria de su presencia. Antes de esa oportunidad
aquellos hombres no hubieran podido soportar semejante escena;
pero la manifestación del poder de Dios los había llevado a un
arrepentimiento reverente; habían contemplado su gloria, su pureza,
y su misericordia, hasta que pudieron acercarse al que había sido el
tema de sus meditaciones.
Moisés y “Josué su servidor” fueron llamados entonces a re-
unirse con Dios. Y como habían de permanecer ausentes por algún
tiempo, el jefe nombró a Aarón y a Hur para que, ayudados por los
ancianos, actuaran en su lugar. “Entonces Moisés subió al monte.
Una nube cubrió el monte, y la gloria de Jehová reposó sobre el
monte Sinaí”.
Durante seis días la nube cubrió el monte como una demostra-
ción de la presencia especial de Dios; sin embargo, no dio ninguna
revelación de sí mismo ni comunicación de su voluntad. Durante
ese tiempo Moisés permaneció en espera de que se lo llamara a
presentarse en la cámara de la presencia del Altísimo. Se le había
ordenado: “Sube a mí al monte y espera allá”. Y aunque en esto se
probaban su paciencia y su obediencia, no se cansó de esperar ni
abandonó su puesto. Este plazo de espera fue para él un tiempo de
preparación, de íntimo examen de conciencia. Aun este favorecido
siervo de Dios no podía acercarse inmediatamente a la presencia
divina ni soportar la manifestación de su gloria. Hubo de emplear
seis días de constante dedicación a Dios mediante el examen de su
corazón, la meditación y la oración, antes de estar preparado para
comunicarse directamente con su Creador.