Página 29 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La creación
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biduría y benevolencia de su carácter y la justicia de sus exigencias,
y les dejó plena libertad para prestarle o negarle obediencia. Debían
gozar de la comunión de Dios y de los santos ángeles; pero antes
de darles seguridad eterna, fue necesario que su lealtad se pusiera a
prueba. En el mismo principio de la existencia del hombre se le puso
freno al egoísmo, la pasión fatal que motivó la caída de Satanás. El
árbol del conocimiento, que estaba cerca del árbol de la vida, en el
centro del huerto, había de probar la obediencia, la fe y el amor de
nuestros primeros padres. Aunque se les permitía comer libremente
del fruto de todo otro árbol del huerto, se les prohibía comer de este,
so pena de muerte. También iban a estar expuestos a las tentaciones
de Satanás; pero si soportaban con éxito la prueba, serían colocados
finalmente fuera del alcance de su poder, para gozar del perpetuo
favor de Dios.
Dios puso al hombre bajo una ley, como condición indispensable
para su propia existencia. Era súbdito del gobierno divino, y no
puede existir gobierno sin ley. Dios pudo haber creado al hombre
incapaz de violar su ley; pudo haber detenido la mano de Adán
para que no tocara el fruto prohibido, pero en ese caso el hombre
hubiera sido, no un ente moral libre, sino un mero autómata. Sin
libre albedrío, su obediencia no habría sido voluntaria, sino forzada.
No habría sido posible el desarrollo de su carácter. Semejante proce-
dimiento habría sido contrario al plan que Dios seguía en su relación
con los habitantes de los otros mundos. Hubiera sido indigno del
hombre como ser inteligente, y hubiera dado base a las acusaciones
de Satanás, de que el gobierno de Dios era arbitrario.
Dios hizo al hombre recto; le dio nobles rasgos de carácter, sin
inclinación hacia el mal. Lo dotó de elevadas cualidades intelec-
tuales, y le presentó las más nobles motivaciones para inducirlo a
ser constante en su lealtad. La obediencia, perfecta y perpetua, era
la condición para la felicidad eterna. Cumpliendo esta condición,
tendría acceso al árbol de la vida.
El hogar de nuestros primeros padres había de ser un modelo
para cuando sus hijos salieran a ocupar la tierra. Ese hogar, embelle-
cido por la misma mano de Dios, no era un suntuoso palacio. Los
hombres, en su orgullo, se deleitan en tener magníficos y costosos
edificios y se enorgullecen de las obras de sus propias manos; pero
Dios puso a Adán en un huerto. Esta fue su morada. Los azulados