Página 293 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La idolatría en el Sinaí
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será condenado a la destrucción. Moisés comprendía cuán terrible
sería la suerte del pecador; sin embargo, si el pueblo de Israel iba
a ser rechazado por el Señor, él deseaba que su nombre también
fuera raído con el de ellos; no podía soportar que los juicios de Dios
cayeran sobre aquellos a quienes tan bondadosamente había librado.
La intercesión de Moisés en favor de Israel ilustra la mediación
de Cristo en favor de los pecadores. Pero el Señor no permitió que
Moisés sobrellevara, como lo hizo Cristo, la culpa del transgresor.
“Al que peque contra mí, lo borraré yo de mi libro”, dijo.
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Con profunda tristeza el pueblo enterró a sus muertos. Tres
mil habían perecido por la espada; una plaga invadió poco tiempo
después el campamento; y luego les llegó el mensaje de que la divina
presencia ya no les acompañaría más en su peregrinaje. Jehová
había declarado: “Yo no subiré contigo, no sea que te destruya en el
camino, pues eres un pueblo muy terco”. Y se les ordenó: “Quítate,
pues, ahora tus atavíos, para que yo sepa lo que te he de hacer”. Hubo
luto por todo el campamento. Compungidos y humillados, “los hijos
de Israel se despojaron de sus galas desde el monte Horeb”.
En virtud de las instrucciones divinas, la tienda que había servido
como lugar temporario para el culto fue quitada y puesta “fuera del
campo, lejos del campo”. Esta era una prueba más de que Dios había
retirado su presencia de entre ellos. Él se revelaría a Moisés, pero
no a un pueblo como aquél. La censura fue vivamente sentida, y las
multitudes afligidas por el remordimiento pensaron que presagiaba
mayores calamidades. ¿No habría separado el Señor a Moisés del
campamento para poder destruirlos totalmente? Pero no se los dejó
sin esperanza. Se levantó la tienda fuera del campamento, pero
Moisés la llamó el “Tabernáculo del Testimonio”. A todos los que
estaban verdaderamente arrepentidos y deseaban volver al Señor,
se les indicó que fueran allá a confesar sus pecados y a solicitar la
misericordia de Dios.
Cuando volvieron a sus tiendas, Moisés entró en el tabernácu-
lo. Con ansioso interés el pueblo observó por ver alguna señal de
que la mediación de Moisés en su favor era aceptada. Si Dios con-
descendencía a reunirse con él, habría esperanza de que no serían
totalmente destruidos. Cuando la columna de nube descendió y se
posó a la entrada del tabernáculo, el pueblo lloró de alegría, y “se
levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba”.