Página 31 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La creación
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Mientras permanecieran leales a Dios, Adán y su compañera iban
a ser los señores de la tierra. Recibieron dominio ilimitado sobre
toda criatura viviente. El león y la oveja jugaban pacíficamente a
su alrededor o se echaban junto a sus pies. Los felices pajarillos
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revoloteaban alrededor de ellos sin temor alguno; y cuando sus
alegres trinos ascendían alabando a su Creador, Adán y Eva se unían
a ellos en acción de gracias al Padre y al Hijo.
La santa pareja eran no solo hijos bajo el cuidado paternal de
Dios, sino también estudiantes que recibían instrucción del omnis-
ciente Creador. Recibían la visita de los ángeles, y se gozaban en la
comunión directa con su Creador, sin ningún velo de por medio. Se
sentían pletóricos del vigor que procedía del árbol de la vida y su
poder intelectual era apenas un poco menor que el de los ángeles.
Los misterios del universo visible, “las maravillas del que es perfecto
en sabiduría” (
Job 37:16
), les suministraban una fuente inagotable
de instrucción y placer. Las leyes y los procesos de la naturaleza,
que han sido objeto del estudio de los hombres durante seis mil años,
fueron puestos al alcance de sus mentes por el infinito Hacedor y
Sustentador de todo. Se entretenían con las hojas, las flores y los
árboles, descubriendo en cada uno de ellos los secretos de su vida.
Toda criatura viviente era familiar para Adán, desde el poderoso
leviatán que juega entre las aguas hasta el más diminuto insecto que
flota en el rayo del sol. A cada uno le había dado nombre y conocía
su naturaleza y sus costumbres. La gloria de Dios en los cielos, los
innumerables mundos en sus ordenados movimientos, “las diferen-
cias de las nubes” (
Job 37:16
), los misterios de la luz y del sonido,
de la noche y el día, todo estaba al alcance de la comprensión de
nuestros primeros padres. El nombre de Dios estaba escrito en cada
hoja del bosque, y en cada piedra de la montaña, en cada brillante
estrella, en la tierra, en el aire y en los cielos. El orden y la armonía
de la creación les hablaba de una sabiduría y un poder infinitos.
Continuamente descubrían algo nuevo que llenaba su corazón del
más profundo amor, y les arrancaba nuevas expresiones de gratitud.
Mientras permanecieran fieles a la ley divina, su capacidad de
saber, gozar y amar aumentaría continuamente. Constantemente
obtendrían nuevos tesoros de sabiduría, descubriendo frescos ma-
nantiales de felicidad, y obteniendo un concepto cada vez más claro
del inconmensurable e infalible amor de Dios.
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