Página 312 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
que la construyen puedan decir, como dijeron los constructores del
tabernáculo: “No traigáis ya ofrendas”.
El tabernáculo fue construído desarmable, de modo que los is-
raelitas pudieran llevarlo en su peregrinaje. Era por consiguiente,
pequeño, de unos diecisiete metros de largo por unos cinco metros y
medio de ancho y alto. No obstante, era una construcción magnífica.
La madera que se empleó en el edificio y en sus muebles era de
acacia, la menos susceptible al deterioro de todas las que había en
el Sinaí. Las paredes consistían en tablas colocadas verticalmente,
fijadas en basas de plata y aseguradas por columnas y travesaños; y
todo estaba cubierto de oro, lo cual hacía aparecer al edificio como
de oro macizo. El techo estaba formado de cuatro juegos de cortinas;
el de más adentro era “de lino torcido, azul, púrpura, carmesí; y [...]
querubines de obra primorosa” (
Éxodo 26:1
); los otros tres eran de
pelo de cabras, de cueros de carnero teñidos de rojo y de pieles de
tejones, arreglados de tal manera que ofrecían completa protección.
El edificio se dividía en dos secciones mediante una bella y
rica cortina, o velo, suspendida de columnas doradas; y una cortina
semejante a la anterior cerraba la entrada de la primera sección.
Tanto estos velos como la cubierta interior que formaba el techo, eran
de los más magníficos colores, azul, púrpura y escarlata, bellamente
combinados, y tenían, recamados con hilos de oro y plata, querubines
que representaban la hueste de los ángeles asociados con la obra del
santuario celestial, y que son espíritus ministradores del pueblo de
Dios en la tierra.
El sagrado tabernáculo estaba colocado en un espacio abierto
llamado atrio, rodeado por cortinas de lino fino que colgaban de co-
lumnas de metal. La entrada a este recinto se hallaba en el extremo
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oriental. Estaba cerrada con cortinas de riquísima tela hermosamente
trabajadas aunque inferiores a las del santuario. Como estas corti-
nas del atrio eran solo de la mitad de la altura de las paredes del
tabernáculo, el edificio podía verse perfectamente desde afuera.
En el atrio, y cerca de la entrada, se hallaba el altar de bronce
del holocausto. En este altar se consumían todos los sacrificios que
se ofrecían por fuego al Señor, y sobre sus cuernos se rociaba la
sangre expiatoria. Entre el altar y la puerta del tabernáculo estaba la
fuente, también de metal. Había sido hecha con los espejos donados
voluntariamente por las mujeres de Israel. En la fuente los sacerdotes