Página 319 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El tabernáculo y sus servicios
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ser ofrecido sobre el altar de afuera, en el atrio. Esta era una hora
de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante el
tabernáculo. Antes de acercarse a la presencia de Dios por medio
del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de
sus corazones y luego confesar sus pecados. Se unían en oración
silenciosa, con los rostros vueltos hacia el lugar santo. Así sus peti-
ciones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba
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los méritos del Salvador prometido a quien simbolizaba el sacrificio
expiatorio.
Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino
se consideraban sagradas, y llegaron a observarse como momentos
dedicados al culto por toda la nación judía. Y cuando en tiempos
posteriores los judíos fueron diseminados como cautivos en distin-
tos países, aun entonces a la hora indicada dirigían el rostro hacia
Jerusalén, y elevaban sus oraciones al Dios de Israel. En esta cos-
tumbre, los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y
vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias
que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los
que lo aman y se postran de mañana y tarde, para pedir el perdón de
los pecados cometidos y las bendiciones que necesitan.
El pan de la proposición se conservaba siempre ante la presencia
del Señor como una ofrenda perpetua. De manera que formaba parte
del sacrificio diario, y se llamaba “el pan de la proposición” o el
pan de la presencia, porque estaba siempre ante el rostro del Señor.
Lo dicho en
Éxodo 25:30
era un reconocimiento de que el hombre
depende de Dios tanto para su alimento temporal como para el
espiritual, y de que se lo recibe únicamente gracias a la mediación
de Cristo. En el desierto Dios había alimentado a Israel con el pan
del cielo, y el pueblo seguía dependiendo de su generosidad, tanto
en lo referente a las bendiciones temporales como a las espirituales.
El maná, así como el pan de la proposición, simbolizaba a Cristo,
el pan viviente, quien está siempre en la presencia de Dios para
interceder por nosotros. Él mismo dijo: “Yo soy el pan de vida
[...] que desciende del cielo”.
Juan 6:48-51
. Sobre el pan se ponía
incienso. Cuando se cambiaba cada sábado, para reemplazarlo por
pan fresco, el incienso se quemaba sobre el altar como recordatorio
delante de Dios.