Página 322 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
y sacrificios”. Los dos lugares santos eran “figuras de las cosas ce-
lestiales”. Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, es el “ministro del
santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y
no hombre”.
Hebreos 9:9, 23
;
8:2
. Cuando en visión se le mostró al
apóstol Juan el templo de Dios que está en el cielo, vio allí “siete
lámparas de fuego que “delante del trono ardían”. Vio también a un
ángel “con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para
añadirlo a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que
estaba delante del trono”.
Apocalipsis 4:5
;
8:3
. Se le permitió al
profeta contemplar el lugar santo del santuario celestial; y vio allí
“siete lámparas de fuego” y “el altar de oro”, representados por el
candelero de oro y el altar del incienso o perfume en el santuario
terrenal. Nuevamente “el templo de Dios fue abierto en el cielo”
(
Apocalipsis 11:19
), y vio el lugar santísimo detrás del velo inte-
rior. Allí contempló “el arca de su pacto”, representada por el arca
sagrada construida por Moisés para guardar la ley de Dios.
Moisés hizo el santuario terrenal, “conforme al modelo que había
visto”. Pablo declara que “el tabernáculo y todos los vasos del
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ministerio”, después de haber sido hechos, eran símbolos de “las
cosas celestiales”.
Hechos 7:44
;
Hebreos 9:21, 23
. Y Juan dice que
vio el santuario celestial. Aquel santuario, en el cual oficia Jesús en
nuestro favor, es el gran original, del cual el santuario construído por
Moisés era una copia.
Ningún edificio terrenal podría representar la grandeza y la gloria
del templo celestial, la morada del Rey de reyes donde “miles de
miles” le sirven y “millones de millones” están delante de él (
Daniel
7:10
), de aquel templo lleno de la gloria del trono eterno, donde
los serafines, sus guardianes resplandecientes, se cubren el rostro
en su adoración. Sin embargo, las importantes verdades acerca del
santuario celestial y de la gran obra que allí se efectúa en favor de
la redención del hombre debían enseñarse mediante el santuario
terrenal y sus servicios.
Después de su ascensión, nuestro Salvador iba a dar comienzo a
su obra como nuestro Sumo Sacerdote. El apóstol Pablo dice: “No
entró Cristo en el santuario hecho por los hombres, figura del ver-
dadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros
ante Dios”.
Hebreos 9:24
. Como el ministerio de Cristo iba a con-
sistir en dos grandes divisiones, ocupando cada una un período de