Página 327 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El pecado de Nadab y Abiú
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Nadie se engañe a sí mismo con la creencia de que una parte
de los mandamientos de Dios no es esencial, o que él aceptará un
sustituto en reemplazo de lo que él ha ordenado. El profeta Jeremías
dijo: “¿Quién puede decir que algo sucede sin que el Señor lo man-
de?”
Lamentaciones 3:37
. Dios no ha puesto ningún mandamiento
en su Palabra que los hombres puedan obedecer o desobedecer a
voluntad sin sufrir las consecuencias. Si el hombre elige cualquier
otro camino que no sea el de la estricta obediencia, encontrará que
“su fin son caminos de muerte”.
Proverbios 14:12
.
“Entonces Moisés dijo a Aarón y a sus hijos Eleazar e Itamar:
“No descubráis vuestras cabezas ni rasguéis vuestros vestidos en
señal de duelo, para que no muráis, ni se levante la ira sobre toda la
congregación [...], pues el aceite de la unción de Jehová está sobre
vosotros””. El gran jefe recordó a su hermano las palabras de Dios:
“En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el
pueblo seré glorificado”.
Levítico 10:6, 7, 3
. Aarón guardó silencio.
La muerte de sus hijos, aniquilados sin ninguna advertencia, por un
pecado terrible, que él reconocía ahora como resultado de su propia
negligencia en el cumplimiento de sus deberes, entristeció angustio-
samente el corazón del padre, pero no expresó sus sentimientos. No
debía hacer ninguna manifestación de dolor que demostrara compa-
sión por el pecado. No debía actuar en forma que pudiera inducir a
la congregación a murmurar contra Dios.
El Señor quería enseñar a su pueblo a reconocer la justicia de
sus castigos, para que otros temieran. Había en Israel algunos a
quienes la amonestación de este terrible juicio podría evitar que
abusaran de la tolerancia de Dios hasta el extremo de sellar también
su propio destino. La amonestación divina se hace sentir sobre la
falsa condolencia hacia el pecador, que trata de excusar su pecado.
El pecado adormece la percepción moral, de tal manera que el peca-
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dor no comprende la enormidad de su transgresión; y sin el poder
convincente del Espíritu Santo permanece parcialmente ciego en
lo referente a su pecado. Es deber de los siervos de Cristo enseñar
a estos descarriados el peligro en que están. Los que destruyen el
efecto de la advertencia, cegando los ojos de los pecadores para que
no vean el carácter y los verdaderos resultados del pecado, a menudo
se lisonjean de que en esa forma demuestran su caridad; pero lo que
hacen es oponerse directamente a la obra del Espíritu Santo de Dios