Página 331 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La ley y los dos pactos
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sobre el Sinaí, envuelto en gloria y rodeado de sus ángeles, y con
grandiosa majestad pronunció su ley a todo el pueblo.
Aun entonces Dios no confió sus preceptos a la memoria de un
pueblo inclinado a olvidar sus requerimientos, sino que los escribió
sobre tablas de piedra. Quiso alejar de Israel toda posibilidad de
mezclar las tradiciones paganas con sus santos preceptos, o de con-
fundir sus mandamientos con costumbres o reglamentos humanos.
Pero hizo más que darles los preceptos del Decálogo. El pueblo
se había mostrado tan susceptible a descarriarse, que no quiso de-
jarles ninguna puerta abierta a la tentación. A Moisés se le dijo
que escribiera, como Dios se lo había mandado, derechos y leyes
que contenían instrucciones minuciosas respecto a lo que el Señor
requería. Estas instrucciones relativas a los deberes del pueblo hacia
Dios, a los deberes de unos para con otros, y hacia los extranjeros,
no eran otra cosa que los principios de los Diez Mandamientos am-
pliados y dados de una manera específica, en forma tal que ninguno
pudiera errar. Tenían por objeto resguardar la santidad de los Diez
Mandamientos grabados en las tablas de piedra.
Si el hombre hubiera guardado la ley de Dios, tal como le fue
dada a Adán después de su caída, preservada por Noé y observada
por Abraham, no habría sido necesario el rito de la circuncisión. Y
si los descendientes de Abraham hubieran guardado el pacto del
cual la circuncisión era una señal, jamás habrían sido inducidos
a la idolatría, ni habría sido necesario que sufrieran una vida de
esclavitud en Egipto; habrían conservado el conocimiento de la ley
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de Dios, y no habría sido necesario proclamarla desde el Sinaí, o
grabarla sobre tablas de piedra. Y si el pueblo hubiera practicado los
principios de los Diez Mandamientos, no habría habido necesidad
de las instrucciones adicionales que se le dieron a Moisés.
El sistema de sacrificios confiado a Adán fue también pervertido
por sus descendientes. La superstición, la idolatría, la crueldad y el
libertinaje corrompieron el sencillo y significativo servicio que Dios
había establecido. A través de su larga relación con los idólatras, el
pueblo de Israel había mezclado muchas costumbres paganas con
su culto; por consiguiente, en el Sinaí el Señor le dio instrucciones
definidas tocante al servicio de los sacrificios. Una vez terminada
la construcción del santuario, Dios se comunicó con Moisés desde
la nube de gloria que descendía sobre el propiciatorio, y le dio