Página 333 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La ley y los dos pactos
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necesario que Cristo muriera para expiar la transgresión de la ley,
prueba que esta es inmutable.
Los que alegan que Cristo vino para abrogar la ley de Dios
y eliminar el Antiguo Testamento, hablan de la era judaica como
de un tiempo de tinieblas, y representan la religión de los hebreos
como una serie de meras formas y ceremonias. Pero este es un
error. A través de todas las páginas de la historia sagrada, donde
está registrada la relación de Dios con su pueblo escogido, hay
huellas vivas del gran YO SOY. Nunca dio el Señor a los hijos de
los hombres más amplias revelaciones de su poder y gloria que
cuando fue reconocido como único soberano de Israel y entregó la
ley a su pueblo. Había allí un cetro que no era empuñado por manos
humanas; y las majestuosas manifestaciones del invisible Rey de
Israel fueron indeciblemente grandiosas y temibles.
En todas estas revelaciones de la presencia divina, la gloria de
Dios se manifestó por medio de Cristo. No solo cuando vino el
Salvador, sino a través de todos los siglos después de la caída del
hombre y de la promesa de la redención, “Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo”.
2 Corintios 5:19
. Cristo era el
fundamento y el centro del sistema de sacrificios, tanto en la era
patriarcal como en la judía. Desde que pecaron nuestros primeros
padres, no existe comunicación directa entre Dios y el hombre. El
Padre puso el mundo en manos de Cristo para que por su obra
mediadora redimiera al hombre y vindicara la autoridad y santidad
de la ley divina.
Toda comunicación entre el cielo y la raza caída se ha hecho por
medio de Cristo. Fue el Hijo de Dios quien dio a nuestros prime-
ros padres la promesa de la redención. Fue él quien se reveló a los
patriarcas. Adán, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, y Moisés compren-
dieron el evangelio. Buscaron la salvación por medio del Sustituto y
Garante del ser humano. Estos santos varones de antaño comulgaron
con el Salvador que iba a venir al mundo en carne humana; y algunos
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de ellos hablaron cara a cara con Cristo y con ángeles celestiales.
Cristo no solo fue el que dirigía a los hebreos en el desierto—el
Ángel en quien estaba el nombre de Jehová, y quien, velado en la
columna de nube, iba delante de la hueste- sino que también fue
él quien dio la ley a Israel (
véase el Apéndice, nota 10
). En medio
de la terrible gloria del Sinaí, Cristo promulgó a todo el pueblo los