Página 334 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Diez Mandamientos de la ley de su Padre, y entregó a Moisés esa
ley grabada en tablas de piedra.
Fue Cristo quien habló a su pueblo por medio de los profetas.
El apóstol Pedro, escribiendo a la iglesia cristiana, dice que los
que “profetizaron de la gracia destinada a vosotros inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando
qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba
en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo
y las glorias que vendrían tras ellos”.
1 Pedro 1:10, 11
. Es la voz
de Cristo la que nos habla por medio del Antiguo Testamento. “El
testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”.
Apocalipsis 19:10
.
En las enseñanzas que dio cuando estuvo personalmente entre los
hombres, Jesús dirigió los pensamientos del pueblo hacia el Antiguo
Testamento. Dijo a los judíos: “Escudriñad las Escrituras, porque a
vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las
que dan testimonio de mí”.
Juan 5:39
. En aquel entonces los libros
del Antiguo Testamento eran la única parte de la Biblia que existía.
Otra vez el Hijo de Dios declaró: “A Moisés y a los Profetas tienen;
¡que los oigan!” Y agregó: “Si no oyen a Moisés y a los Profetas,
tampoco se persuadirán, aunque alguno se levante de los muertos”.
Lucas 16:29, 31
.
La ley ceremonial fue dada por Cristo. Aun después de ser abo-
lida, Pablo la presentó a los judíos en su verdadero marco y valor,
mostrando el lugar que ocupaba en el plan de la redención, así como
su relación con la obra de Cristo; y el gran apóstol declara que esta
ley es gloriosa, digna de su divino Originador. El solemne servicio
del santuario representaba las grandes verdades que iban a ser revela-
das a través de las siguientes generaciones. La nube de incienso que
ascendía con las oraciones de Israel representaba su justicia, que es
lo único que puede hacer aceptable ante Dios la oración del pecador;
la víctima sangrante en el altar del sacrificio daba testimonio del
Redentor que había de venir; y el lugar santísimo irradiaba la señal
visible de la presencia divina. Así, a través de siglos y siglos de ti-
nieblas y apostasía, la fe se mantuvo viva en los corazones humanos
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hasta que llegó el tiempo del advenimiento del Mesías prometido.
Jesús era la luz de su pueblo, la luz del mundo, antes de venir
a la tierra en forma humana. El primer rayo de luz que penetró la
lobreguez en que el pecado había envuelto al mundo, provino de