Página 339 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La ley y los dos pactos
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Dios los llevó al Sinaí; manifestó allí su gloria; les dio la ley,
con la promesa de grandes bendiciones siempre que obedecieran:
“Ahora pues, si dais oído a mi voz, y guardáis mi pacto, [...] vosotros
me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa”.
Éxodo 19:5, 6
. Los
israelitas no percibían la pecaminosidad de su propio corazón, y no
comprendían que sin Cristo les era imposible guardar la ley de Dios;
y con excesiva premura concertaron su pacto con Dios. Al creerse
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capaces de ser justos por sí mismos, declararon: “Haremos todas las
cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos”.
Éxodo 24:7
. Habían
presenciado la grandiosa majestad de la proclamación de la ley, y
habían temblado de terror ante el monte; y sin embargo, apenas unas
pocas semanas después, quebrantaron su pacto con Dios al postrarse
a adorar una imagen fundida. No podían esperar el favor de Dios por
medio de un pacto que ya habían roto; y entonces viendo su peca-
minosidad y su necesidad de perdón, llegaron a sentir la necesidad
del Salvador revelado en el pacto de Abraham y simbolizado en los
sacrificios. De manera que mediante la fe y el amor se vincularon
con Dios como su libertador de la esclavitud del pecado. Ya estaban
capacitados para apreciar las bendiciones del nuevo pacto.
Los términos del pacto antiguo eran: Obedece y vivirás. “El
hombre que los cumpla, gracias a ellos, vivirá” (
Ezequiel 20:2
;
Levítico 18:5
); pero “maldito el que no confirme las palabras de
esta ley para cumplirlas”.
Deuteronomio 27:26
. El nuevo pacto se
estableció sobre “mejores promesas”, la promesa del perdón de los
pecados, y de la gracia de Dios para renovar el corazón y ponerlo en
armonía con los principios de la ley de Dios. “Pero este es el pacto
que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová:
Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón [...]. Porque
perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado”.
Jeremías 31:33, 34
.
La misma ley que fue grabada en tablas de piedra es escrita por
el Espíritu Santo sobre las tablas del corazón. En lugar de tratar de
establecer nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su
sangre expía nuestros pecados. Su obediencia es aceptada en nuestro
favor. Entonces el corazón renovado por el Espíritu Santo produ-
cirá los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo viviremos
obedeciendo a la ley de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer
el Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo. Por medio del