Del Sinaí a Cades
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. Llevada por los hijos de Coat, el arca sagrada que contenía
la santa ley de Dios había de encabezar la vanguardia. Delante de
ella iban Moisés y Aarón; y los sacerdotes, llevando trompetas de
plata, se estacionaban cerca. Estos sacerdotes recibían instrucciones
de Moisés, y a su vez las comunicaban al pueblo por medio de sus
trompetas. Los jefes de cada compañía tenían obligación de dar
instrucciones definitivas con respecto a todos los movimientos que
habían de hacerse, tal como se los indicaban las trompetas. Al que
dejaba de cumplir con las instrucciones dadas, se lo castigaba con la
muerte.
Dios es un Dios de orden. Todo lo que se relaciona con el cielo
está en orden perfecto; la sumisión y una disciplina cabal distinguen
los movimientos de la hueste angélica. El éxito únicamente puede
acompañar al orden y a la acción armónica. Dios exige orden y
organización en su obra en nuestros días tanto como los exigía en
los días de Israel. Todos los que trabajan para él han de actuar con
inteligencia, no en forma negligente o al azar. Él quiere que su obra
se haga con fe y exactitud, para que pueda poner sobre ella el sello
de su aprobación.
Dios mismo dirigió a los israelitas en todos sus viajes. El sitio en
que habían de acampar les era indicado por el descenso de la columna
de nube; y mientras habían de permanecer en el campamento, la
nube se mantenía asentada sobre el tabernáculo. Cuando era tiempo
de que continuaran su viaje, la columna se levantaba en lo alto sobre
la sagrada tienda. Una invocación solemne distinguía tanto el alto
como la partida de los israelitas. “Cuando el Arca se movía, Moisés
decía: “¡Levántate, Jehová! ¡Que sean dispersados tus enemigos
y huyan de tu presencia los que te aborrecen!”. Y cuando ella se
detenía, decía: “¡Descansa, Jehová, entre los millares de millares de
Israel!””
Vers. 35, 36
.
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Una distancia de nada más que once días de viaje mediaba entre
el Sinaí y Cades, en la frontera de Canaán; y fue con la esperanza
de entrar de inmediato en la buena tierra cómo las huestes de Israel
reanudaron su marcha cuando la nube dio por último la señal de
seguir hacia adelante. Jehová había obrado maravillas al sacarlos
de Egipto y ¿qué bendiciones no podrían esperar, ahora que habían
pactado formalmente aceptarlo como su Soberano, y habían sido
reconocidos como el pueblo escogido del Altísimo?