Página 344 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
No obstante, a muchos les costaba abandonar el sitio donde
habían acampado por tan largo tiempo. Habían llegado casi a consi-
derarlo como su hogar. Al abrigo de aquellas murallas de granito,
Dios había reunido a su pueblo aparte de todas las demás naciones,
para repetirle su santa ley. Se deleitaban en mirar el sagrado monte,
en cuyos picos blanquecinos y cumbres estériles la gloria divina se
había manifestado ante ellos tantas veces. Ese escenario estaba tan
íntimamente asociado con la presencia de Dios y de los santos ánge-
les que les parecía demasiado sagrado para abandonarlo irreflexiva
o siquiera alegremente.
Al sonido de las trompetas todo el campamento se puso en
marcha, llevando el tabernáculo en medio, ocupando cada tribu su
lugar, bajo su propia bandera. Todos los ojos miraron ansiosamente
para ver en qué dirección los guiaría la nube. Cuando se movió hacia
el este, donde solo había sierras negras y desoladas, un sentimiento
de tristeza y de duda se apoderó de muchos corazones.
A medida que avanzaban, el camino se hizo más escabroso. Iban
por hondonadas pedregosas y terrenos estériles. Alrededor de ellos
estaba el gran desierto, estaban en “una tierra desierta y despoblada,
por tierra seca y de sombra de muerte, por una tierra por la cual
no pasó varón ni habitó en ella hombre alguno”.
Jeremías 2:6
. Los
desfiladeros rocallosos, tanto los lejanos como los cercanos, estaban
repletos de hombres, mujeres y niños, con bestias y carros, e hileras
interminables de rebaños y manadas. El progreso de su marcha era
bastante lento y trabajoso; y después de haber estado acampada por
tanto tiempo, la gente no estaba preparada para soportar los peligros
y las incomodidades de la jornada.
Después de tres días de viaje, comenzaron quejas. Estas se origi-
naron entre la turba mixta que estaba compuesta por mucha gente
que no se había unido completamente a Israel, sino que se mantenía
siempre alerta para notar cualquier motivo de crítica. A los quejosos
no los satisfacía la dirección que se seguía en la marcha, y cons-
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tantemente censuraban la manera en que
Moisés
los dirigía, aunque
sabían que, como ellos mismos, él seguía la nube orientadora. El
desafecto es contagioso y pronto cundió por todo el campamento.
Nuevamente comenzaron a clamar pidiendo carne para comer.
A pesar de que se les había suministrado maná en abundancia, no
estaban satisfechos. Durante su esclavitud en Egipto, los israelitas