Página 345 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Del Sinaí a Cades
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se habían visto obligados a sustentarse con una alimentación común
y sencilla, pero su apetito aguzado por las privaciones y el trabajo
rudo la encontraba sabrosa. Pero muchos de los egipcios que estaban
ahora entre ellos, estaban acostumbrados a un régimen de lujo; y
estos fueron los primeros en quejarse. Cuando estaba por darles
maná, un poco antes de que llegara Israel al Sinaí, Dios les concedió
carne en respuesta a sus clamores; pero se la suministró por un día
solamente.
Dios pudo haberles suplido carne tan fácilmente como les pro-
porcionaba maná; pero para su propio bien se les impuso una res-
tricción. Dios se proponía suplirles alimentos más apropiados a sus
necesidades que el régimen estimulante al que muchos se habían
acostumbrado en Egipto. Su apetito pervertido debía ser corregido
y devuelto a una condición más saludable a fin de que pudieran
hallar placer en el alimento que originalmente se proveyó para el
hombre: los frutos de la tierra, que Dios dio a Adán y a Eva en el
Edén. Por este motivo quedaron los israelitas en gran parte privados
de alimentos de origen animal.
Satanás los tentó para que consideraran esta restricción como
cruel e injusta. Los hizo codiciar las cosas prohibidas, porque sabía
que la complacencia desenfrenada del apetito tendería a producir
sensualidad, y por estos medios le resultaría más fácil dominarlos.
El autor de las enfermedades y las miserias asaltará a los hombres
donde pueda alcanzar más éxito. Mayormente por las tentaciones
dirigidas al apetito, ha logrado inducir a los hombres a pecar desde
la época en que indujo a Eva a comer el fruto prohibido, y por
este mismo medio indujo a Israel a murmurar contra Dios. Porque
favorece efectivamente a la satisfacción de las pasiones bajas, la
intemperancia en el comer y en el beber prepara el camino para que
los hombres menosprecien todas las obligaciones morales. Cuando
la tentación los asalta, tienen muy poca fuerza de resistencia.
Dios sacó a los israelitas de Egipto para establecerlos en la tierra
de Canaán, como un pueblo puro, santo y feliz. Para lograr este pro-
pósito los hizo pasar por un curso de disciplina, tanto para su propio
bien como para el de su posteridad. Si hubieran querido dominar su
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apetito en obediencia a las sabias restricciones de Dios, no se habría
conocido debilidad ni enfermedad entre ellos; sus descendientes
habrían poseído fuerza física y espiritual. Habrían tenido percepcio-