Página 346 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
nes claras y precisas de la verdad y del deber, discernimiento agudo
y sano juicio. Pero no quisieron someterse a las restricciones y a
los mandamientos de Dios, y esto les impidió, en gran parte, llegar
a la alta norma que él deseaba que ellos alcanzaran, y recibir las
bendiciones que él estaba dispuesto a concederles.
Dice el salmista: “Pues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo
comida a su gusto. Y hablaron contra Dios, diciendo: “¿Podrá poner
mesa en el desierto? Él ha herido la peña, y brotaron aguas y torrentes
inundaron la tierra. ¿Podrá dar también pan? ¿Dispondrá carne para
su pueblo?”. Y lo oyó Jehová y se indignó”.
Salmos 78:18-21
. Las
murmuraciones y las asonadas habían sido frecuentes durante el
trayecto del Mar Rojo al Sinaí, pero porque se compadecía de su
ignorancia y su ceguera Dios no castigó el pecado de ellos con sus
juicios. Pero desde entonces se les había revelado en Horeb. Habían
recibido mucha luz, pues habían visto la majestad, el poder y la
misericordia de Dios; y por su incredulidad y descontento incurrieron
en gran culpabilidad. Además, habían pactado aceptar a Jehová
como su rey y obedecer su autoridad. Sus murmuraciones eran ahora
rebelión, y como tal habían de recibir el merecido castigo, si se
quería preservar a Israel de la anarquía y la ruina. “Se encendió
entre ellos un fuego de Jehová que consumió uno de los extremos
del campamento”. Véase
Números 11
. Los más culpables de los
quejosos quedaron muertos, fulminados por el rayo de la nube.
Aterrorizado, el pueblo suplicó a Moisés que intercediera ante el
Señor en su favor. Así lo hizo, y el fuego se extinguió. En memoria
de este castigo Moisés llamó aquel sitio Tabera, “Incendio”.
Pero la iniquidad empeoró pronto. En vez de llevar a los sobre-
vivientes a la humillación y al arrepentimiento, este temible castigo
no pareció tener en ellos otro fruto que intensificar las murmuracio-
nes. Por todas partes el pueblo se reunía a la puerta de sus tiendas,
llorando y lamentándose. “La gente extranjera que se mezcló con
ellos se dejó llevar por el hambre, y los hijos de Israel también vol-
vieron a sus llantos, diciendo: “¡Quién nos diera a comer carne! Nos
acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los
pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos. ¡Ahora
nuestra alma se seca, pues nada sino este maná ven nuestros ojos!””.
Así manifestaron su descontento con los alimentos que su Creador
les proporcionaba. No obstante, tenían pruebas constantes de que
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