Página 357 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Los doce espías
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En humillación y angustia, “Moisés y Aarón se postraron sobre
sus rostros delante de toda la multitud de la congregación de los
hijos de Israel”, sin saber qué hacer para desviarlos de su apasionado
e impetuoso propósito. Caleb y Josué trataron de apaciguar a la
multitud tumultuosa. Rasgando sus vestiduras en señal de dolor e
indignación, se precipitaron entre la gente y sus voces enérgicas se
oyeron por sobre la tempestad de lamentaciones y rebelde pesar: “La
tierra que recorrimos y exploramos es tierra muy buena. Si Jehová
se agrada de nosotros, él nos llevará a esta tierra y nos la entregará;
es una tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes
contra Jehová ni temáis al pueblo de esta tierra, pues vosotros los
comeréis como pan. Su amparo se ha apartado de ellos y Jehová está
con nosotros: no los temáis”.
Los cananeos habían colmado la medida de su iniquidad, y el
Señor ya no podía tolerarlos. Ahora que se les había retirado su
protección, iban a resultar una presa fácil. El pacto de Dios había
prometido la tierra a Israel. Pero el falso informe de los espías
infieles fue aceptado, y todo el pueblo fue engañado por él. Los
traidores habían realizado su obra. Aun cuando únicamente dos
hombres hubieran dado malas noticias y los otros diez lo hubiesen
animado a poseer la tierra en el nombre del Señor, el pueblo, por
su perversa incredulidad, habría seguido el consejo de los dos en
preferencia al de los diez. Pero eran solo dos los que abogaban por
lo justo, mientras que diez estaban de parte de la rebelión.
A grandes voces los espías infieles denunciaban a Caleb y a
Josué, y se elevó un clamor para pedir que se los apedreara. El po-
pulacho enloquecido tomó piedras para matar a aquellos hombres
fieles, se precipitó hacia delante gritando frenéticamente, cuando de
repente las piedras se le cayeron de las manos, y temblando de miedo
enmudeció. Dios había intervenido para impedir su propósito homi-
cida. La gloria de su presencia, como una luz fulgurante, iluminó el
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tabernáculo. Todo el pueblo presenció la manifestación del Señor.
Uno más poderoso que ellos se había revelado, y ninguno se atrevió
continuar la resistencia. Los espías que trajeron el informe perverso,
se arrastraron aterrorizados, y con respiración entrecortada, en busca
de sus tiendas.
Moisés se levantó entonces y entró en el tabernáculo. El Señor
le declaró acerca del pueblo: “Yo los heriré de mortandad y los