Página 358 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que
ellos”. Pero nuevamente Moisés intercedió por su pueblo. No podía
consentir en que fuera destruido, y que él, en cambio, se convirtiera
en una nación más poderosa. Apelando a la misericordia de Dios,
dijo: “Ahora, pues, yo te ruego que sea magnificado el poder del
Señor, como lo prometiste al decir: “Jehová es tardo para la ira
y grande en misericordia, perdona la maldad y la rebelión” [...].
Perdona ahora la maldad de este pueblo según la grandeza de tu
misericordia, como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta
aquí”.
El Señor prometió no destruir inmediatamente a los israelitas;
pero por la incredulidad y cobardía de ellos, no podía manifestar
su poder para subyugar a sus enemigos. Por consiguiente, en su
misericordia, les ordenó que como única conducta segura, regresaran
al Mar Rojo.
En su rebelión el pueblo había exclamado: “¡Ojalá muriéramos
en este desierto!” Ahora se les concedería lo pedido. El Señor decla-
ró: “Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así
haré yo con vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos, todo
el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte
años para arriba, los cuales han murmurado contra mí. [...] Pero a
vuestros niños, de los cuales dijisteis que se convertirían en botín
de guerra, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que voso-
tros despreciasteis”. Y con respecto a Caleb dijo: “Pero a mi siervo
Caleb, por cuanto lo ha animado otro espíritu y decidió ir detrás de
mí, yo lo haré entrar en la tierra donde estuvo, y su descendencia
la tendrá en posesión”. Así como los espías habían estado cuarenta
días de viaje, las huestes de Israel iban a peregrinar en el desierto
durante cuarenta años.
Cuando Moisés comunicó la decisión divina al pueblo, la ira de
este se convirtió en luto. Todos sabían que el castigo era justo. Los
diez espías infieles, heridos divinamente por la plaga, perecieron a la
vista de todo Israel; y en la suerte de ellos el pueblo leyó su propia
condenación.
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Los israelitas parecieron arrepentirse entonces sinceramente de
su conducta pecaminosa; pero se entristecían por el resultado de su
mal camino y no porque reconocieran su ingratitud y desobediencia.
Cuando vieron que el Señor era inflexible en su decreto, volvió a