Página 369 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La rebelión de Coré
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vivos al abismo, con todo lo que les pertenecía, “y desaparecie-
ron de en medio de la congregación”. El pueblo huyó, sintiéndose
condenado como copartícipe del pecado.
Pero el castigo no terminó en eso. Un fuego que fulguró de la
nube alcanzó a los doscientos cincuenta príncipes que habían ofreci-
do incienso, y los consumió. Estos hombres, que no habían sido los
primeros en rebelarse, no fueron destruidos con los conspiradores
principales. Se les dio oportunidad de ver el fin de ellos, y de arre-
pentirse; pero sus afectos estaban con los rebeldes y compartieron
su suerte.
Mientras Moisés suplicaba a Israel que huyera de la destrucción
inminente, todavía podría haberse evitado el castigo divino, si Coré
y sus asociados se hubieran arrepentido y hubiesen pedido perdón.
Pero su terca persistencia selló su perdición. La congregación en-
tera compartía su culpa, pues todos, cual más, cual menos, habían
simpatizado con ellos. Sin embargo, en su gran misericordia Dios
distinguió entre los jefes rebeldes y aquellos a quienes habían in-
ducido a la rebelión. Al pueblo que se había dejado engañar se le
dio tiempo para que se arrepintiera. Tuvo una evidencia abrumadora
de que los rebeldes erraban y de que Moisés estaba en lo correcto.
La poderosa manifestación del poder de Dios había eliminado toda
incertidumbre.
Jesús, el Ángel que iba delante de los hebreos, trató de salvarlos
de la destrucción. Se prolongó el plazo para obtener perdón. El juicio
de Dios había venido muy cerca, y los exhortó a arrepentirse. Una in-
tervención especial e irresistible del cielo había detenido la rebelión
de ellos. Si querían responder a la intervención de la providencia
de Dios, podían salvarse. Pero aunque huyeron de los juicios, por
temor a la destrucción, su rebelión no fue curada. Regresaron a sus
tiendas aquella noche, horrorizados, pero no arrepentidos.
Tanto los había lisonjeado Coré y sus asociados, que se creyeron
realmente muy buenos, y que habían sido perjudicados y maltratados
por Moisés. Si llegaban a admitir que Coré y sus compañeros estaban
equivocados y que Moisés estaba en lo justo, entonces se verían
obligados a recibir como palabra de Dios la sentencia de que debían
morir en el desierto. No querían someterse a esto, y procuraron creer
que Moisés los había engañado. Habían acariciado la esperanza de
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que se estaba por establecer un nuevo orden de cosas, en el cual la