Página 393 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El viaje alrededor de Edom
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debían cruzar el desierto y saciar su sed en la fuente milagrosa que
no habrían necesitado más si tan solo hubieran confiado en él.
Las huestes de Israel se encaminaron, pues, nuevamente hacia el
sur por tierras estériles, que les parecían aún más áridas después de
haber obtenido vislumbres de los campos verdes entre las colinas y
los valles de Edom. En la sierra que domina este sombrío desierto,
se levanta el monte Hor, en cuya cima había de morir y ser sepultado
Aarón. Cuando los israelitas llegaron a este monte, recibió Moisés la
siguiente orden divina: “Toma a Aarón y a Eleazar, su hijo, y hazlos
subir al monte Hor; desnuda a Aarón de sus vestiduras y viste con
ellas a Eleazar, su hijo, porque Aarón será reunido a su pueblo, y
allí morirá”.
Números 20:22-29
.
Juntos los dos ancianos, acompañados del hombre más joven,
ascendieron trabajosamente a la cumbre del monte. La cabeza de
Moisés y de Aarón estaban ya blancas con la nieve de ciento veinte
inviernos. Su vida larga y llena de acontecimientos se había dis-
tinguido por las prueba más profundas y los mayores honores que
jamás le hayan tocado en suerte a ser humano alguno. Eran hombres
de gran capacidad natural, y todas sus facultades habían sido desa-
rrolladas, exaltadas y dignificadas por su comunión constante con el
Infinito. Habían dedicado toda su vida a trabajar desinteresadamen-
te para Dios y sus semejantes; sus semblantes daban evidencia de
mucho poder intelectual, firmeza, nobleza de propósitos y fuertes
afectos.
Durante muchos años, Moisés y Aarón habían caminado juntos,
ayudándose mutuamente en sus cuidados y en sus labores. Juntos
habían arrostrado innumerables peligros, y habían compartido la
bendición de Dios; pero ya había llegado la hora en que debían sepa-
rarse. Marchaban lentamente, pues cada momento que pasaban en su
compañía mutua les resultaba sumamente precioso. El ascenso era
escarpado y penoso; y durante sus frecuentes paradas para descansar,
conversaban en perfecta comunión acerca del pasado y del futuro.
Ante ellos, hasta donde se perdía la vista, se extendía el escenario
de su peregrinación por el desierto. Abajo, en la llanura, acampaban
los vastos ejércitos de Israel, a los cuales estos hombres escogidos
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habían dedicado la mejor parte de su vida; por cuyo bienestar habían
sentido tan profundo interés y habían hecho tan grandes sacrificios.
En algún sitio más allá de las montañas de Edom, estaba la senda que