Página 40 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta
que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres
y al polvo volverás”.
Génesis 3:17-19
.
Era voluntad de Dios que la inmaculada pareja no conociera
absolutamente nada de lo malo. Les había dado abundantemente el
bien, y vedado el mal. Pero, contra su mandamiento, habían comido
del fruto prohibido, y ahora continuarían comiéndolo y conocerían
el mal todos los días de su vida. Desde entonces el linaje humano
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sufriría las asechanzas de Satanás. En lugar de las agradables labores
que se les habían asignado hasta entonces, la ansiedad y el trabajo
serían su suerte. Estarían sujetos a desengaños, aflicciones, dolor, y
al fin, a la muerte.
Bajo la maldición del pecado, toda la naturaleza daría al ser
humano testimonio del carácter y las consecuencias de la rebelión
contra Dios. Cuando Dios creó al hombre lo hizo señor de toda la
tierra y de todos los seres que la habitaban. Mientras Adán perma-
neció leal a Dios, toda la naturaleza se mantuvo bajo su señorío.
Pero cuando se rebeló contra la ley divina, las criaturas inferiores se
rebelaron contra su dominio. Así el Señor, en su gran misericordia,
quiso enseñar al hombre la santidad de su ley e inducirlo a ver por
su propia experiencia el peligro de hacerla a un lado, aun en lo más
mínimo.
La vida de trabajo y cuidado, que en lo sucesivo sería el destino
del hombre, le fue asignada por amor a él. Era una disciplina que su
pecado había hecho necesaria para frenar la tendencia a ceder a los
apetitos y las pasiones y para desarrollar hábitos de dominio propio.
Era parte del gran plan de Dios para rescatar al hombre de la ruina y
la degradación del pecado.
La advertencia hecha a nuestros primeros padres: “Porque el día
que de él comas, ciertamente morirás” (
Génesis 2:17
), no significaba
que morirían el mismo día en que comieran del fruto prohibido, sino
que ese día sería dictada la irrevocable sentencia. La inmortalidad
les había sido prometida bajo condición de que fueran obedientes;
pero mediante la transgresión perderían su derecho a la vida eterna.
El mismo día en que pecaran serían condenados a muerte.
Para que poseyera una existencia sin fin, el hombre debía conti-
nuar comiendo del árbol de la vida. Privado de este alimento, vería
su vitalidad disminuir gradualmente hasta extinguirse la vida. Era el