Página 403 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La conquista de Basán
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Pero Moisés mantuvo fija la mirada en la columna de nube, y
alentó al pueblo con el pensamiento de que la señal de la presencia
de Dios estaba aun con ellos. Al mismo tiempo les mandó que
hicieran todos los esfuerzos humanos posibles a fin de prepararse
para la guerra. Sus enemigos estaban ansiosos de librar batalla, en
la seguridad de que raerían de la tierra a los israelitas. Pero el jefe
de Israel había recibido la orden del Dueño de todas las tierras:
“Levantaos, salid, y pasad el arroyo Arnón. Yo he entregado en tus
manos a Sehón, rey de Hesbón, el amorreo, y a su tierra. Comienza
a tomar posesión de ella y entra en guerra con él. Hoy comenzaré
a poner tu temor y tu espanto sobre los pueblos debajo de todo el
cielo, que al escuchar tu fama temblarán y se angustiarán delante de
ti”.
Estas naciones que estaban situadas en los confines de Canaán
se habrían salvado si no se hubieran opuesto al progreso de Israel en
desafío de la palabra de Dios. El Señor se había mostrado longánime,
sumamente bondadoso, tierno y compasivo, aun hacia esos pueblos
paganos. Cuando en visión se le mostró a Abraham que su poste-
ridad, los hijos de Israel, serían extranjeros en tierra ajena durante
cuatrocientos años, el Señor le prometió: “En la cuarta generación,
porque hasta entonces no habrá llegado a su colmo la maldad del
amorreo”.
Génesis 15:16
.
Aunque los amorreos eran idólatras que por su gran iniquidad
habían perdido todo derecho a la vida, Dios los toleró cuatrocientos
años y les dio pruebas inequívocas de que él era el único Dios
verdadero, el Hacedor de los cielos y la tierra. Ellos conocían todas
las maravillas que Dios había realizado al sacar de Egipto a los
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israelitas. Les dio suficiente evidencia; y podrían haber conocido
la verdad, si hubieran querido apartarse de su idolatría y de su vida
licenciosa. Pero rechazaron la luz, y se aferraron a sus ídolos.
Cuando Dios condujo a su pueblo por segunda vez a la fron-
tera de Canaán, proporcionó evidencias adicionales de su poder a
aquellas naciones paganas. Vieron que Dios había estado con Israel
en la victoria que obtuvo sobre los ejércitos del rey Arad y de los
cananeos, y en el milagro obrado para salvar a los que perecían por
las mordeduras de las serpientes. Aunque se les había negado el
permiso de pasar por la tierra de Edom, y por ello se habían visto
obligados a tomar la ruta larga y difícil a orillas del Mar Rojo, los