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Historia de los Patriarcas y Profetas
israelitas no habían manifestado hostilidad en todos sus viajes y
campamentos frente a las tierras de Edom, de Moab y de Amón,
ni habían hecho daño alguno a la gente o a sus propiedades. Al
llegar a la frontera de los amorreos, Israel había solicitado permiso
para atravesar directamente el país, prometiendo que observaría las
mismas reglas que habían regido su trato con otras naciones. Cuando
el rey amorreo rehusó lo pedido con cortesía, y en señal de desafío
reunió a sus ejércitos para la batalla, se colmó la copa de la iniquidad
de ese pueblo, y ahora Dios iba a ejercer su poder para derrocarlo.
Los israelitas cruzaron el río Arnón, y avanzaron sobre el enemi-
go. Se libró un combate, en el cual los ejércitos de Israel salieron
victoriosos, y aprovechando la ventaja obtenida estuvieron pronto en
posesión de la tierra de los amorreos. Fue el Capitán de los ejércitos
del Señor el que venció a los enemigos de su pueblo; y habría hecho
lo mismo treinta y ocho años antes, si Israel hubiera confiado en él.
Llenos de esperanza y ánimo, los ejércitos de Israel avanzaron
con ardor y, siguiendo hacia el norte, pronto llegaron a una tierra
que podía probar muy bien su valor y su fe en Dios. Ante ellos se
extendía el reino de Basán, poderoso y muy poblado, lleno de ciu-
dades de piedra que hasta hoy inspiran asombro al mundo, “sesenta
ciudades [...]. Todas estas eran ciudades fortificadas con muros altos,
con puertas y barras, sin contar otras muchas ciudades sin muro”.
Véase
Deuteronomio 3:1-11
. Las casas se habían construído con
enormes piedras negras, de dimensiones tan estupendas que hacían
los edificios absolutamente inexpugnables para cualquier ejército
que en aquellos tiempos los pudiera atacar. Era un país lleno de ca-
vernas salvajes, altos precipicios, fosas abiertas y rocas escarpadas.
Los habitantes de esa tierra, descendientes de una raza de gigan-
tes, eran ellos mismos de fuerza y tamaño asombrosos, y tanto se
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distinguían por su violencia y su crueldad, que aterrorizaban a las
naciones circunvecinas; mientras que Og, rey del país, se destacaba
por su tamaño y sus proezas, aun en una nación de gigantes.
Pero la columna de nube avanzaba y, guiados por ella, los ejér-
citos hebreos llegaron hasta Edrei, donde los esperaba el gigante,
con sus ejércitos. Og había escogido estratégicamente el sitio de
la batalla. La ciudad de Edrei estaba situada en la orilla de una
meseta cubierta de rocas volcánicas y desgarradas que se levantaba
abruptamente de la planicie. Solamente podía llegarse a la ciudad