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Historia de los Patriarcas y Profetas
Los embajadores emprendieron en seguida su largo viaje a través
de las montañas y los desiertos hacia Mesopotamia; al encontrar
a Balaam, le entregaron el mensaje de su rey: “Un pueblo que ha
salido de Egipto cubre toda la tierra y se ha establecido frente a mí.
Ven pues, ahora, te ruego, y maldíceme a este pueblo, porque es más
fuerte que yo; quizá yo pueda herirlo y echarlo de la tierra, pues
yo sé que el que tú bendigas bendito quedará, y el que tú maldigas
maldito quedará”.
Balaam había sido una vez hombre bueno y profeta de Dios; pero
había apostatado, y se había entregado a la avaricia; no obstante,
aun profesaba servir fielmente al Altísimo. No ignoraba la obra
de Dios en favor de Israel; y cuando los mensajeros le dieron su
recado, sabía muy bien que debía rehusar los presentes de Balac, y
despedir a los embajadores. Pero se aventuró a jugar con la tentación,
pidió a los mensajeros que se quedaran aquella noche con él, y les
dijo que no podía darles una respuesta decisiva antes de consultar
al Señor. Balaam sabía que su maldición no podía perjudicar en
manera alguna a los israelitas. Dios estaba de parte de ellos; y
siempre que fueran fieles, ningún poder terrenal o infernal adverso
podría prevalecer contra ellos. Pero halagaron su orgullo las palabras
de los embajadores: “El que tú bendigas, será bendito, y el que
maldigas, maldito quedará”. El soborno de los regalos costosos y
de la exaltación en perspectiva excitaron su codicia. Ávidamente
aceptó los tesoros ofrecidos, y luego, aunque profesando obedecer
estrictamente a la voluntad de Dios, trató de cumplir los deseos de
Balac.
Durante la noche el ángel de Dios vino a Balaam con el mensaje:
“No vayas con ellos, ni maldigas al pueblo, porque es bendito”.
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Por la mañana, Balaam de mala gana despidió a los mensajeros;
pero no les dijo lo que había dicho el Señor. Airado porque sus
deseos de lucro y de honores habían sido repentinamente frustrados,
exclamó con petulancia: “Volveos a vuestra tierra, porque Jehová no
me quiere dejar ir con vosotros”.
Balaam “amó el premio de la maldad”.
2 Pedro 2:15
. El pecado
de la avaricia que, según la declaración divina, es idolatría, lo hacía
buscar ventajas temporales, y por ese solo defecto, Satanás llegó a
dominarlo por completo. Esto ocasionó su ruina. El tentador ofrece
siempre ganancia y honores mundanos para apartar a los hombres