Balaam
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del servicio de Dios. Les dice que sus escrúpulos excesivos les
impiden alcanzar prosperidad. Así muchos se dejan desviar de la
senda de una estricta integridad. Después de cometer una mala
acción les resulta más fácil cometer otra, y se vuelven cada vez más
presuntuosos. Una vez que se hayan entregado al dominio de la
codicia y a la ambición de poder se atreverán a hacer las cosas más
terribles. Muchos se lisonjean creyendo que por un tiempo pueden
apartarse de la verdadera honradez para alcanzar alguna ventaja
mundana, y que después de haber logrado su fin, podrán cambiar de
conducta cuando quieran. Estos se enredan en los lazos de Satanás,
de los que rara vez escapan.
Cuando los mensajeros dijeron a Balac que el profeta había
rehusado acompañarlos, no dieron a entender que Dios se lo había
prohibido. Creyendo que la dilación de Balaam se debía a su deseo
de obtener una recompensa más cuantiosa, el rey mandó mayor
número de príncipes y más encumbrados que los primeros, con
promesas de honores más grandes y con autorización para aceptar
todas las condiciones que Balaam pusiera. El mensaje urgente de
Balac al profeta fue este: “Te ruego que no dejes de venir a mí, pues
sin duda te honraré mucho y haré todo lo que me digas. Ven, pues,
ahora, y maldíceme a este pueblo”.
Por segunda vez Balaam fue probado. En su respuesta a las
peticiones de los embajadores hizo alarde de tener mucha conciencia
y honradez, y les aseguró que ninguna cantidad de oro y de plata
podría persuadirlo a obrar contra la voluntad de Dios. Pero anhelaba
acceder al ruego del rey; y aunque ya se le había comunicado la
voluntad de Dios en forma definitiva, rogó a los mensajeros que se
quedaran, para consultar otra vez a Dios, como si el Infinito fuera
un hombre sujeto a la persuasión.
Durante la noche se le apareció el Señor a Balaam y le dijo: “Si
vinieron para llamarte estos hombres, levántate y vete con ellos;
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pero harás lo que yo te diga”.
Números 22:20
. Hasta ese punto el
Señor le permitiría a Balaam que hiciera su propia voluntad, ya que
se empeñaba en ello. No procuraba hacer la voluntad de Dios, sino
que decidía su conducta y luego se esforzaba por obtener la sanción
del Señor.
Hoy son miles los que siguen una conducta parecida. No ten-
drían dificultad en comprender su deber, si este armonizara con sus