Página 413 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Balaam
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palabra que Dios ponga en mi boca, esa hablaré”. Balaam lamentaba
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que se le hubiera impuesto esta restricción; temía que sus fines no
pudieran cumplirse porque el poder del Señor le dominaba.
Con gran pompa, el rey y los dignatarios de su reino escoltaron
a Balaam “a los altos de Baal”, desde donde iba a poder divisar al
ejército hebreo. Contemplemos al profeta de pie en la altura emi-
nente, mirando hacia el campamento del pueblo escogido de Dios.
¡Qué poco saben los israelitas de lo que está ocurriendo tan cerca de
ellos! ¡Qué poco saben del cuidado de Dios, que los protege de día
y de noche! ¡Cuán embotada tiene la percepción el pueblo de Dios!
¡Cuán tardos han sido sus hijos en todas las edades para comprender
su gran amor y misericordia! Si tan solo pudieran discernir el mara-
villoso poder que Dios manifiesta constantemente en su favor, ¿no
se llenarían sus corazones de gratitud por su amor, y de reverencia
al pensar en su majestad y poder?
Balaam tenía cierta noción de los sacrificios y ofrendas de los
hebreos, y esperaba que, superándolos en donativos costosos, po-
dría obtener la bendición de Dios y asegurar la realización de sus
proyectos pecaminosos. Así iban dominando su corazón y su mente
los sentimientos de los moabitas idólatras. Su sabiduría se había
convertido en insensatez; su visión espiritual se había ofuscado;
cediendo al poder de Satanás, se había enceguecido él mismo.
Por indicación de Balaam, se erigieron siete altares, y él ofreció
un sacrificio en cada uno. Luego se retiró a una altura, para comuni-
carse con Dios, y prometió que le haría saber a Balac cualquier cosa
que el Señor le revelara.
Con los nobles y los príncipes de Moab, el rey se quedó de pie
al lado del sacrificio, mientras que la multitud se congregó alrededor
de ellos, y todos esperaban el regreso del profeta. Por último volvió,
y el pueblo esperó oír las palabras capaces de paralizar para siempre
aquel poder extraño que se manifestaba en favor de los odiados
israelitas. Balaam dijo:
“De Aram me trajo Balac,
rey de Moab, desde los montes del oriente.
“¡Ven, maldíceme a Jacob; ven, execra a Israel!”.
¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo?
¿Por qué he de execrar al que Jehová no ha execrado?