Página 415 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Balaam
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los redimidos regocijarse en las glorias imperecederas de la tierra
renovada. Mirando la escena, exclamó: “¿Quién contará el polvo de
Jacob, o el número de la cuarta parte de Israel?” Y al ver la corona
de gloria en cada frente y el regocijo que resplandecía en todos los
semblantes, contempló con anticipación aquella vida ilimitada de
pura felicidad, y rogó solemnemente: “¡Qué muera yo la muerte de
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los rectos, y mi fin sea como el suyo!”
Si Balaam hubiera estado dispuesto a aceptar la luz que Dios le
había dado, habría cumplido su palabra; e inmediatamente habría
cortado toda relación con Moab. No hubiera presumido ya más de la
misericordia de Dios, sino que se habría vuelto hacia él con profundo
arrepentimiento. Pero Balaam amaba el salario de iniquidad, y estaba
resuelto a obtenerlo a todo trance.
Balac había esperado confiadamente que una maldición caería
como plaga fulminante sobre Israel; y al oír las palabras del profeta
exclamó apasionadamente: “¿Qué me has hecho? Te he traído pa-
ra que maldigas a mis enemigos, y tú has proferido bendiciones”.
Balaam, procurando hacer de la necesidad una virtud, aseveró que,
movido por un respeto concienzudo de la voluntad de Dios, había
pronunciado palabras que habían sido impuestas a sus labios por el
poder divino. Su contestación fue: “¿No debo cuidarme de decir lo
que Jehová ponga en mi boca?”
Aun así Balac no podía renunciar a sus propósitos. Decidió que
el espectáculo imponente ofrecido por el vasto campamento de los
hebreos, había intimidado de tal modo a Balaam que no se atrevió
a practicar sus adivinaciones contra ellos. El rey resolvió llevar al
profeta a algún punto desde el cual solamente pudiera verse una parte
de la hueste. Si se lograba inducir a Balaam a que la maldijera por
pequeños grupos, todo el campamento no tardaría en verse entregado
a la destrucción. En la cima de una elevación llamada Pisga, se hizo
otra prueba. Una vez más se construyeron siete altares, sobre los
cuales se colocaron las mismas ofrendas y sacrificios que antes. El
rey y los príncipes permanecieron al lado de los sacrificios, en tanto
que Balaam se retiraba para comunicarse con Dios. Otra vez se le
confió al profeta un mensaje divino, que no pudo callar ni alterar.
Cuando se presentó a la compañía que esperaba ansiosamente,
se le preguntó: “¿Qué ha dicho Jehová?” La contestación, como
anteriormente, infundió terror al corazón del rey y de los príncipes: