Página 423 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La apostasía a orillas del Jordán
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la conspiración de sus enemigos había tenido tanto éxito que no
solamente estaban los israelitas participando del culto licencioso en
el monte Peor, sino que comenzaban a practicarse los ritos paganos
en el mismo campamento de Israel. El viejo adalid se llenó de
indignación y la ira de Dios se encendió.
Las prácticas inicuas hicieron para Israel lo que todos los en-
cantamientos de Balaam no habían podido hacer: lo separaron de
Dios. Debido a los castigos que los alcanzaron rápidamente, muchos
reconocieron la enormidad de su pecado. Entró en el campamento
una terrible plaga que provocó la muerte de miles de personas. Dios
ordenó que quienes encabezaron esa apostasía sean ejecutados por
los magistrados. La orden se cumplió de inmediato. Los ofensores
fueron muertos, y luego se colgaron sus cuerpos a la vista del pue-
blo, para que la congregación, al percibir la severidad con que eran
tratados sus cabecillas, entendiera cuánto aborrecía Dios su pecado
y cuán terrible era su ira contra ellos.
Todos creyeron que el castigo era justo, y el pueblo se dirigió
apresuradamente al tabernáculo, y con lágrimas y profunda humi-
llación confesó su gran pecado. Mientras lloraba ante Dios a la
puerta del tabernáculo y la plaga aun hacia su obra de exterminio,
y los magistrados ejecutaban su terrible comisión, Zimri, uno de
los nobles de Israel, vino audazmente al campamento, acompañado
de una ramera madianita, princesa de una familia distinguida de
Madián, a quien él llevó a su tienda. Nunca se ostentó el vicio más
osada o tercamente. Embriagado de vino, Zimri publicó “su pecado
como Sodoma”, y se enorgulleció de algo que debió llenarlo de
verguenza. Los sacerdotes y los jefes se habían postrado en aflicción
y humillación, llorando “entre la entrada y el altar” e implorando
al Señor que perdonara a su pueblo y que no entregara su heredad
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al oprobio, cuando este príncipe de Israel hizo alarde de su pecado
en presencia de la congregación, como si desafiara la venganza de
Dios y se burlara de los jueces de la nación. Finees, hijo del sumo
sacerdote Eleazar, se levantó de entre la congregación, y asiendo una
lanza, “entró tras el varón de Israel a la tienda”, y lo mató a él y a
la mujer. Así se detuvo la plaga y el sacerdote que ejecutó el juicio
divino fue honrado ante Israel, y el sacerdocio le fue confirmado a
él y a su casa para siempre.