Página 432 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
“No por ser vosotros el más numeroso de todos los pueblos os
ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más
insignificante de todos los pueblos, sino porque Jehová os amó y
quiso guardar el juramento que hizo a vuestros padres; por eso
os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de la
servidumbre, de manos del faraón, rey de Egipto. Conoce, pues,
que Jehová, tu Dios, es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la
misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta
por mil generaciones”.
Deuteronomio 7:7-9
.
Los israelitas habían estado dispuestos a culpar a Moisés por
todas sus dificultades; pero ahora se habían eliminado todas las
sospechas que tenían de que él estuviera dominado por el orgu-
llo, la ambición o el egoísmo, y escucharon sus palabras con toda
confianza. Moisés les presentó fielmente todos sus errores, y las
transgresiones de sus padres. A menudo habían sentido impaciencia
y rebeldía por causa de su larga peregrinación en el desierto; pero
no podía acusarse al Señor por esta demora en tomar posesión de
Canaán; él lamentaba más que ellos el no haber podido ponerlos
inmediatamente en posesión de la tierra prometida, y así demos-
trar a todas las naciones cuán grande era su poder para librar a su
pueblo. Debido a su falta de confianza en Dios, a su orgullo y a su
incredulidad, no habían estado preparados para entrar en la tierra
de Canaán. En manera alguna representaban a aquel pueblo cuyo
Dios era Jehová; porque no tenían su carácter de pureza, bondad y
benevolencia. Si sus padres hubieran acatado con fe la dirección de
Dios, dejándose gobernar por sus juicios y andando en sus estatutos,
se habrían establecido en Canaán mucho tiempo antes como un
pueblo próspero, santo y feliz. Su tardanza en entrar en la buena
tierra deshonró a Dios, y menoscabó su gloria ante los ojos de las
naciones circundantes.
Moisés, que entendía perfectamente el carácter y el valor de la
ley de Dios, le aseguró al pueblo que ninguna otra nación tenía leyes
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tan santas, justas y misericordiosas como las que se habían dado a
los hebreos. “Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como
Jehová, mi Dios, me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra
en la que vais a entrar para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues,
y ponedlos por obra, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra
inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos