Página 442 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
de la vida; mientras oía las tristes palabras: “He aquí vuestra casa os
es dejada desierta” (
Mateo 23:38
), el corazón se le llenó de angustia,
y su identificación con el pesar del Hijo de Dios hizo caer amargas
lágrimas de sus ojos.
Siguió al Salvador a Getsemaní y contempló su agonía en el
huerto, y cómo sería entregado, escarnecido, flagelado y crucificado.
Moisés vio que así como él había alzado la serpiente en el desierto,
habría de ser levantado el Hijo de Dios, para que todo aquel que
en él crea “no se pierda, sino que tenga vida eterna”.
Juan 3:15
. El
dolor, la indignación y el horror embargaron el corazón de Moisés
cuando vio la hipocresía y el odio satánico que la nación judía
manifestaba contra su Redentor, el poderoso Angel que había ido
delante de sus mayores. Oyó el grito agonizante de Jesús: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Lo vio cuando
yacía en la tumba nueva de José de Arimatea. Las tinieblas de la
desesperación parecían envolver el mundo, pero miró otra vez, y lo
vio salir vencedor de la tumba y ascender a los cielos escoltado por
los ángeles que lo adoraban, y encabezando una multitud de cautivos.
Vio las relucientes puertas abrirse para recibirlo, y la hueste celestial
dar en canciones de triunfo la bienvenida a su Jefe supremo. Y allí se
le reveló que él mismo sería uno de los que servirían al Salvador y le
abriría las puertas eternas. Mientras miraba la escena, su semblante
irradiaba un santo resplandor. ¡Cuán insignificantes le parecían las
pruebas y los sacrificios de su vida, cuando los comparaba con los
del Hijo de Dios! ¡Cuán ligeros en contraste con el “sobremanera
alto y eterno peso de gloria”!
2 Corintios 4:17
. Se regocijó porque
se le había permitido participar, aunque fuera en pequeño grado, de
los sufrimientos de Cristo.
Moisés vio cómo los discípulos de Jesús salían a predicar el
evangelio a todo el mundo. Vio que a pesar de que el pueblo de
Israel “según la carne” no había alcanzado el alto destino al cual
Dios lo había llamado y en su incredulidad no había sido la luz
del mundo, y aunque había desechado la misericordia de Dios y
perdido todo derecho a sus bendiciones como pueblo escogido,
Dios no había desechado, sin embargo, la simiente de Abraham y
habían de cumplirse los propósitos gloriosos cuyo cumplimiento
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él había emprendido por medio de Israel. Todos los que lleguen a
ser por Cristo hijos de la fe habían de ser contados como simiente