Página 471 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La alianza con los Gabaonitas
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al centro y al sur de Palestina, y había que conservarla si se quería
conquistar el país.
Josué se preparó en seguida para acudir en auxilio de Gabaón.
Los habitantes de la ciudad sitiada temían que a causa del fraude que
habían cometido, Josué rechazara su pedido de ayuda. Pero en vista
de que se habían sometido al dominio de Israel, y habían aceptado
adorar a Dios, Josué se sintió obligado a protegerlos. No actuó esta
vez sin consultar a Dios, y el Señor le alentó en la empresa. “No
tengas temor -fue el mensaje divino-: porque yo los he entregado
en tus manos, y ninguno de ellos prevalecerá delante de ti”. Así que
“Josué subió desde Gilgal junto con toda la gente de guerra y con
todos los hombres valientes”.
Marchando toda la noche, tuvo sus fuerzas frente a Gabaón por la
mañana. Apenas habían colocado los príncipes aliados sus ejércitos
alrededor de la ciudad cuando Josué cayó sobre ellos. El ataque
resultó una derrota total para los sitiadores. El inmenso ejército
invasor huyó ante Josué montaña arriba por el desfiladero de Bet-
horón; y habiendo ganado las alturas, se precipitaron montaña abajo
al otro lado. Allí estalló sobre ellos terrible tempestad de granizo.
“Jehová arrojó sobre ellos desde el cielo grandes piedras. [...] Fueron
más los que murieron por las piedras del granizo, que los que los
hijos de Israel mataron a espada”.
Mientras los amorreos continuaban huyendo precipitadamente,
procurando hallar refugio en las fortalezas de la montaña, Josué,
mirando hacia abajo desde la altura, vio que el día iba a resultar corto
para completar su obra. Si sus enemigos no quedaban completamente
derrotados, se reunirían y reanudarían la lucha. “Entonces Josué
habló a Jehová, [...] y dijo en presencia de los israelitas: “Sol, detente
en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ajalón”. Y el sol se detuvo, y la
luna se paró, hasta que la gente se vengó de sus enemigos. [...] El
sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un
día entero”.
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Antes de que anocheciera, la promesa que Dios hizo a Josué se
había cumplido. Todo el ejército enemigo había sido entregado en
sus manos. Israel iba a recordar durante mucho tiempo los aconte-
cimientos de aquel día. “No hubo un día como aquel, ni antes ni
después de él, en que Jehová haya obedecido a la voz de un hombre,
porque Jehová peleaba por Israel”. “El sol y la luna se detienen en su