Página 478 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Su respuesta fue: “Si sois un pueblo tan grande, subid al bosque
y talad para vosotros allí en la tierra de los ferezeos y de los refaítas,
ya que los montes de Efraín os resultan estrechos”.
La respuesta de ellos demostró el verdadero motivo de su queja:
les hacía falta fe y valor para desalojar a los cananeos. “No nos
bastará a nosotros este monte -dijeron- y todos los cananeos que
habitan la tierra de la llanura, tienen carros de hierro”.
El poder del Dios de Israel había sido prometido a su pueblo, y
si los efraimitas hubieran tenido el valor y la fe de Caleb, ningún
enemigo habría podido oponérseles. Josué encaró firmemente el
deseo manifiesto de ellos de evitar los trabajos y peligros. Les dijo:
“Tú eres un gran pueblo y tienes un gran poder: no tendrás una sola
parte, sino que aquel monte será tuyo, pues aunque es un bosque, tú
lo desmontarás y lo poseerás hasta sus límites más lejanos; porque
tú arrojarás al cananeo, aunque tenga carros de hierro y aunque
sea fuerte”. Así sus propios argumentos fueron esgrimidos contra
ellos. Siendo ellos un gran pueblo, como alegaban serlo, tenían plena
capacidad para abrirse camino, como sus hermanos. Con la ayuda
de Dios, no necesitaban temer los carros herrados.
Hasta entonces, Gilgal había sido cuartel general de la nación y
asiento del tabernáculo. Pero ahora el tabernáculo debía ser trasla-
dado al sitio escogido como su lugar permanente: la pequeña ciudad
de Silo, en tierra adjudicada a Efraín. Estaba situada cerca del cen-
tro del país, y era fácilmente accesible para todas las tribus. Esa
parte del país había sido subyugada completamente, y por lo tanto
los adoradores no serían molestados. “Toda la congregación de los
hijos de Israel se reunió en Silo, donde erigieron el Tabernáculo
de reunión”.
Josué 18:1-10
. Las tribus que aun estaban acampadas
cuando se trasladó el tabernáculo de Gilgal a Silo, lo siguieron y
acamparon cerca de esa ciudad hasta que se dispersaron para ocupar
sus respectivas heredades.
El arca permaneció en Silo durante trescientos años, hasta que,
a causa de los pecados de la casa de Elí, cayó en manos de los
filisteos y Silo fue destruida totalmente. Ya no volvió a colocarse
el arca en el tabernáculo en ese lugar, pues el servicio del santuario
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se trasladó por último al templo de Jerusalén, y Silo se convirtió
en una localidad insignificante. Solo quedan algunas ruinas para
señalar el sitio que ocupó. Mucho después, la suerte que corrió aquel