Página 488 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
quem. Ningún otro lugar del país evocaba tantos recuerdos sagrados,
pues les hacía rememorar el pacto de Dios con Abraham y Jacob, así
como los votos solemnes que ellos mismos habían pronunciado al
entrar en Canaán. Allí estaban los montes Ebal y Gerizim, testigos
silenciosos de aquellos votos que ahora venían a renovar en presen-
cia de su jefe moribundo. Por todas partes había evidencias de lo
que Dios había hecho por ellos; de cómo les había dado una tierra
por la cual no habían tenido que trabajar, ciudades que no habían
edificado, viñedos y olivares que ellos no habían plantado. Josué re-
pasó nuevamente la historia de Israel y relató las obras maravillosas
de Dios, para que todos comprendieran su amor y misericordia, y le
sirvieran “con integridad y en verdad”.
Por indicación de Josué, se había traído el arca de Silo. Era una
ocasión muy solemne, y este símbolo de la presencia de Dios iba
a profundizar la impresión que él deseaba hacer sobre el pueblo.
Después de exponer la bondad de Dios hacia Israel, los invitó en el
nombre de Jehová a que decidieran a quien querían servir. El culto
de los ídolos seguía practicándose hasta cierto punto, en secreto, y
Josué trató ahora de inducirlos a hacer una decisión que desterrara
este pecado de Israel. “Y si mal os parece servir a Jehová -dijo él-,
escogeos hoy a quien sirváis”. Josué deseaba lograr que sirvieran
a Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente. El amor a Dios es el
fundamento mismo de la religión. De nada valdría dedicarse a su
servicio meramente por la esperanza del galardón o por el temor
al castigo. Una franca apostasía no ofendería más a Dios que la
hipocresía y un culto de mero formalismo.
El anciano jefe exhortó a los israelitas a que consideraran en
todos sus aspectos lo que les había expuesto y a que decidieran
si realmente querían vivir como vivían las naciones idólatras y
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degradadas que habitaban alrededor de ellos. Si les parecía mal servir
a Jehová, fuente de todo poder y de toda bendición, podían en ese
día escoger a quien querían servir, “a los dioses a quienes sirvieron
vuestros padres”, de los que Abraham fue llamado a apartarse, o “a
los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis”.
Estas últimas palabras eran una severa reprensión para Israel. Los
dioses de los amorreos no habían podido proteger a sus adoradores.
A causa de sus pecados abominables y degradantes, aquella nación
impía había sido destruida, y la buena tierra que una vez poseyera