Página 506 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
instituida la santa cena para conmemorar el acontecimiento que
había sido prefigurado por la pascua.
La pascua seguía por siete días como fiesta de los panes ázimos.
El primero y el último eran días de santa convocación, durante los
cuales no debía hacerse trabajo servil alguno. El segundo día de
la fiesta se presentaban a Dios las primicias de la cosecha del año.
La cebada era el primer cereal que se cosechaba en Palestina, y al
principio de la fiesta empezaba a madurar. El sacerdote agitaba una
gavilla de este cereal ante el altar de Dios en reconocimiento de que
todo era suyo. No se debía recoger la cosecha antes que se cumpliera
este rito.
Cincuenta días después de la ofrenda de las primicias, venía la
fiesta de Pentecostés, también llamada fiesta de la mies o de las
semanas. Como expresión de gratitud por el cereal que servía de
alimento, se ofrecían al Señor dos panes cocidos con levadura. La
fiesta duraba un solo día que se dedicaba al culto.
En el séptimo mes venía la fiesta de las cabañas, o de la reco-
lección. Esta fiesta reconocía la bondad de Dios en los productos
de la huerta, del olivar, y del viñedo. Así se completaba la serie de
reuniones festivas del año. La tierra había dado su abundancia, la
cosecha había sido recogida en los graneros, los frutos, el aceite y el
vino habían sido almacenados y las primicias se habían puesto en
reserva, y ahora acudía el pueblo con los tributos de agradecimiento
al Dios que lo había bendecido.
Esta fiesta debía ser ante todo una ocasión de regocijo. Se ce-
lebraba poco después del gran día de la expiación, en el cual se
había dado la seguridad de que no sería ya recordada la iniquidad del
pueblo. Este, ahora reconciliado con Dios, se presentaba ante él para
reconocer su bondad, y para alabar su misericordia. Terminados los
trabajos de la siega, y no habiendo empezado aún las labores del año
nuevo, el pueblo estaba libre de preocupaciones y podía someterse
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a las influencias sagradas y placenteras de la hora. Aunque se les
mandaba solamente a los padres y a los hijos que acudieran a las
fiestas, siempre que fuera posible las familias debían asistir también
a ellas, y de su hospitalidad debían participar los siervos, los levitas,
los extranjeros y los pobres.
Como la pascua, la fiesta de los tabernáculos era conmemorativa.
En recuerdo de su peregrinación por el desierto, el pueblo debía