Página 57 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Caín y Abel probados
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entre Satanás y sus súbditos, y Cristo y sus seguidores. Mediante el
pecado del hombre, Satanás había obtenido el dominio de la raza
humana, pero Cristo capacitaría al hombre para librarse de su yugo.
Siempre que por la fe en el Cordero de Dios, un alma renuncie a
servir al pecado, se enciende la ira de Satanás. La vida santa de Abel
desmentía el aserto de Satanás de que es imposible para el hombre
guardar la ley de Dios.
Cuando Caín, movido por el espíritu malo, vio que no podía do-
minar a Abel, se enfureció tanto que le quitó la vida. Y dondequiera
haya quienes se levanten para vindicar la justicia de la ley de Dios, el
mismo espíritu se manifestará contra ellos. Es el espíritu que a través
de las edades ha levantado la estaca y encendido la hoguera para los
discípulos de Cristo. Pero las crueldades perpetradas contra ellos
son instigadas por Satanás y su hueste porque no pueden obligarlos
a que se sometan a su dominio. Es la ira de un enemigo vencido.
Todo mártir de Jesús murió vencedor. El profeta dice: “Ellos lo han
vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del
testimonio de ellos, que menospreciaron sus vidas hasta la muerte”.
Apocalipsis 12:11, 9
.
El fratricida Caín tuvo pronto que rendir cuenta por su delito. “Y
Jehová dijo a Caín: “¿Dónde está Abel tu hermano?” Y él respondió:
“No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano?”” Caín se había envilecido
tanto en el pecado que había perdido la noción de la continua pre-
sencia de Dios y de su grandeza y omnisciencia. Así, recurrió a la
mentira para ocultar su culpa.
Nuevamente el Señor dijo a Caín: “¿Qué has hecho? La voz de
la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. Dios había
dado a Caín una oportunidad para que confesara su pecado. Había
tenido tiempo para reflexionar. Conocía la enormidad de la acción
que había cometido y de la mentira de que se había valido para
esconder su crimen; pero seguía en su rebeldía, y la sentencia no
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se hizo esperar. La voz divina que antes se había oído en tono de
súplica y amonestación pronunció las terribles palabras: “Ahora,
pues, maldito seas de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu
mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te volverá
a dar sus frutos; errante y extranjero serás en ella”.
Génesis 4:11, 22
.
Aunque Caín merecía la sentencia de muerte por sus crímenes,
el misericordioso Creador le perdonó la vida y le dio oportunidad