Página 581 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El primer rey de Israel
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al rey como al pueblo, y deseaba tan solo agregar a sus palabras el
peso de su propio ejemplo. Desde su niñez había estado relacionado
con la obra de Dios, y durante toda su larga vida había tenido un
solo propósito: la gloria de Dios y el mayor bienestar de Israel.
Antes de que Israel pudiera tener alguna esperanza de prospe-
ridad, debía ser inducido al arrepentimiento para con Dios. Como
consecuencia del pecado había perdido la fe en Dios, y la capacidad
de discernir su poder y sabiduría para gobernar la nación; había per-
dido su confianza en que Dios pudiera vindicar su causa. Antes de
que pudieran los israelitas hallar verdadera paz, debían ser inducidos
a ver y confesar el pecado mismo del cual se habían hecho culpables.
Habían expresado así su objeto al exigir un rey: “Nuestro rey nos
gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras”.
Samuel reseñó la historia de Israel, desde el día en que Dios lo
sacó de Egipto. Jehová, el Rey de reyes, había ido siempre delante
de ellos, y había librado sus batallas. A menudo sus propios pecados
los habían entregado al poder de sus enemigos, pero tan pronto como
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ellos se apartaban de sus caminos impíos, la misericordia de Dios les
suscitaba un libertador. El Señor envió a Gedeón y a Barac, “a Jefté
y a Samuel, y os libró de manos de los enemigos que os rodeaban,
y habitasteis seguros”. Sin embargo, cuando se vieron amenazados
de peligro declararon: “Rey reinará sobre nosotros; siendo -dijo el
profeta- vuestro rey Jehová vuestro Dios”.
Samuel continuó diciendo: “Esperad aún ahora y mirad esta gran
cosa que Jehová hará ante vuestros ojos. ¿No es ahora la siega del
trigo? Yo clamaré a Jehová, y él dará truenos y lluvias, para que
conozcáis y veáis cuán grande es la maldad que habéis cometido
ante los ojos de Jehová pidiendo para vosotros un rey. Luego clamó
Samuel a Jehová, y Jehová dio truenos y lluvias en aquel día”.
En el Oriente, no solía llover durante el tiempo de la siega del
trigo, en los meses de mayo y junio. El cielo se mantenía despejado,
y el aire era sereno y suave. Una tormenta tan violenta en ese tiempo
llenó de temor todos los corazones. Con humillación el pueblo
confesó sus pecados, el pecado preciso del cual se había hecho
culpable: “Ruega por tus siervos a Jehová tu Dios, que no muramos:
porque a todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir
rey para nosotros”.