Saúl rechazado
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instrucción divina, quedó registrada la historia de su crueldad hacia
Israel, con la orden: “Borrarás la memoria de Amalec de debajo del
cielo; no lo olvides”.
Deuteronomio 25:19
. Durante cuatrocientos
años se había postergado la ejecución de esta sentencia; pero los
amalecitas no se habían apartado de sus pecados. El Señor sabía que
esta gente impía raería, si fuera posible, su pueblo y su culto de la
tierra. Ahora había llegado la hora en que debía ejecutarse la tan
diferida sentencia.
La paciencia de Dios hacia los impíos envalentona a los hombres
en la transgresión; pero el hecho de que su castigo se demore no
lo hará menos seguro ni menos terrible. “Jehová se levantará como
en el monte Perazim, como en el valle de Gabaón se enojará; para
hacer su obra, su extraña obra, y para hacer su trabajo, su extraño
trabajo”.
Isaías 28:21
.
Para nuestro Dios misericordioso, el acto del castigo es un acto
extraño. “Vivo yo, dice Jehová, el Señor, que no quiero la muerte
del impío, sino que se vuelva el impío de su camino y que viva”.
Ezequiel 33:11
. El Señor es “misericordioso, y piadoso; tardo para la
ira, y grande en misericordia y verdad, [...] que perdona la iniquidad,
la rebelión, y el pecado”. No obstante, “de ningún modo justificará
al malvado”.
Éxodo 34:6, 7
. Aunque no se deleita en la venganza,
ejecutará su juicio contra los transgresores de su ley. Se ve forzado
a ello, para salvar a los habitantes de la tierra de la depravación y
la ruina total. Para salvar a algunos, debe eliminar a los que se han
empedernido en el pecado. “Jehová es tardo para la ira y grande en
poder, y no tendrá por inocente al culpable”.
Nahúm 1:3
. Mediante
terribles actos de justicia vindicará la autoridad de su ley pisoteada.
El mismo hecho de que le repugna ejecutar la justicia, atestigua la
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enormidad de los pecados que exigen sus juicios, y la severidad de
la retribución que espera al transgresor.
Pero aun mientras Dios ejecuta su justicia, recuerda la miseri-
cordia. Los amalecitas debían ser destruidos, pero los cineos, que
moraban entre ellos, se habían de salvar. Este pueblo, aunque no es-
taba enteramente libre de la idolatría, adoraba a Dios, y manifestaba
amistad hacia Israel. De esta tribu procedía el cuñado de Moisés,
Obab, quien había acompañado a los israelitas en sus viajes por el
desierto, y por su conocimiento del país les había prestado valiosos
servicios.