Página 594 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Desde que los filisteos fueron derrotados en Micmas, Saúl había
guerreado contra Moab, Amón y Edom, como también contra los
amalecitas y los filisteos; y dondequiera que dirigiera sus armas, ga-
naba nuevas victorias. Al recibir la orden de ir contra los amalecitas,
en seguida proclamó la guerra. A su autoridad de rey se agregó la
del profeta, y al ser convocados para la batalla, todos los hombres
de Israel acudieron a su estandarte.
Esta expedición no se había de emprender con un objeto de
engrandecimiento personal; los israelitas no habían de recibir ni
el honor de la conquista ni los despojos de sus enemigos. Debían
emprender aquella guerra únicamente como un acto de obediencia a
Dios, con el propósito de ejecutar el juicio de él contra los amalecitas.
Dios quería que todas las naciones contemplaran la suerte funesta de
aquel pueblo que había desafiado su soberanía, y que notaran cómo
era destruido por el pueblo mismo que habían menospreciado.
“Y Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila hasta llegar a Shur,
que está al oriente de Egipto. Capturó vivo a Agag, rey de Amalec,
y a todo el pueblo lo mató a filo de espada. Pero Saúl y el pueblo
perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor,
de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno,
y no lo quisieron destruir; pero destruyeron todo lo que era vil y
despreciable”.
1 Samuel 15:7-9
.
La victoria contra los amalecitas fue la más brillante que Saúl
jamás ganara, y sirvió para reanimar el orgullo de su corazón, que
era su mayor peligro. El edicto divino que condenaba a los enemigos
de Dios a la destrucción total, no fue sino parcialmente cumplido.
Con la ambición de realzar el honor de su regreso triunfal con la
presencia de un cautivo real, Saúl se aventuró a imitar las costumbres
de las naciones vecinas, y por eso, salvó a Agag, el feroz y belicoso
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rey de los amalecitas. El pueblo se reservó lo mejor de los rebaños,
manadas y bestias de carga, disculpando su pecado con la excusa
de que guardaba el ganado para ofrecerlo como sacrificio al Señor.
Pero su objeto era usar estos animales meramente como substitutos,
para economizar su propio ganado.
A Saúl se le había sometido ahora a la prueba final. Su presun-
tuoso desprecio de la voluntad de Dios, al revelar su resolución de
gobernar como monarca independiente, demostró que no se le podía
confiar el poder real como vicegerente del Señor.