Página 64 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
sido igualadas desde entonces. Lejos de ser una era de tinieblas
religiosas, fue una edad de grandes luces. Todo el mundo tuvo la
oportunidad de recibir instrucción de Adán y los que temían al
Señor tuvieron también a Cristo y a los ángeles por maestros. Y
tuvieron un silencioso testimonio de la verdad en el huerto de Dios,
que durante siglos permaneció entre los hombres. A la puerta del
paraíso, guardada por querubines, se manifestaba la gloria de Dios, y
allí iban los primeros adoradores a levantar sus altares y a presentar
sus ofrendas. Allí fue donde Caín y Abel llevaron sus sacrificios y
Dios había condescendido a comunicarse con ellos.
El escepticismo no podía negar la existencia del Edén mientras
estaba a la vista, con su entrada vedada por los ángeles custodios.
El orden de la creación, el objeto del huerto, la historia de sus dos
árboles tan estrechamente ligados al destino del hombre, eran he-
chos indiscutibles; y la existencia y suprema autoridad de Dios, la
vigencia de su ley, eran verdades que nadie pudo poner en tela de
juicio mientras Adán vivió.
A pesar de la iniquidad que prevalecía, había un grupo de hom-
bres santos, ennoblecidos y elevados por la comunión con Dios, que
vivían en compañerismo con el cielo. Eran hombres de gran capaci-
dad intelectual, que habían realizado obras admirables. Tenían una
santa y gran misión; a saber, desarrollar un carácter justo y enseñar
una lección de piedad, no a los hombres de su tiempo, sino también
a las generaciones futuras. Solo algunos de los más destacados son
mencionados en las Escrituras; pero a través de todos los tiempos,
Dios ha tenido testigos fieles y adoradores sinceros.
Las Escrituras dicen que Enoc tuvo un hijo a los sesenta y cinco
años. Después anduvo con Dios durante trescientos años. En la pri-
mera parte de su vida, Enoc había amado y temido a Dios y guardado
sus mandamientos. Pertenecía al santo linaje, a los depositarios de la
verdadera fe, a los progenitores de la simiente prometida. De labios
de Adán había aprendido la triste historia de la caída y las gozosas
nuevas de la gracia de Dios contenidas en la promesa; y confiaba en
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el Redentor que vendría. Pero después del nacimiento de su primer
hijo, Enoc alcanzó una experiencia más elevada, una relación más
íntima con Dios. Comprendió completamente sus propias obligacio-
nes y responsabilidades como hijo de Dios. Cuando conoció el amor
de su hijo hacia él, y la sencilla confianza del niño en su protección;