Página 642 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
de su pecado y la imposibilidad de esperar perdón y llevarlo a la
desesperación. No podría haber elegido una mejor manera para
destruir su valor y confundir su juicio, o para inducirle a desesperarse
y a destruirse él mismo.
El cansancio y el ayuno habían debilitado a Saúl, que se sentía,
además, aterrorizado y atormentado por su conciencia. Cuando oyó
aquella espantosa predicción, su cuerpo osciló como una encina ante
la tempestad, y cayó postrado en tierra.
La pitonisa se llenó de alarma. El rey de Israel yacía ante ella
como muerto. ¿Cuáles serían las consecuencias para ella, si perecía
en su retiro? Le pidió que se levantara y comiera algo, alegando que
como ella había puesto en peligro su vida al otorgarle lo que deseaba,
él debía ceder a la súplica de ella para conservar su propia vida. Los
criados de Saúl unieron sus súplicas a las de la pitonisa; el rey cedió
por fin, y la mujer puso en su mesa el “ternero grueso” y el pan sin
levadura que preparó apresuradamente. ¡Qué escena aquella! En la
rústica cueva de la pitonisa, donde poco antes habían resonado las
palabras de condenación, y en presencia de la mensajera de Satanás,
el que había sido ungido por Dios como rey de todo Israel se sentó a
comer, en preparación para la lucha mortal del día que se avecinaba.
Antes del amanecer volvió con sus acompañantes al campamento
israelita, a fin de hacer preparativos para el combate. Al consultar
aquel espíritu de las tinieblas, Saúl se había destruido. Oprimido por
los horrores de la desesperación, le iba a resultar imposible inspirar
ánimo a su ejército. Separado de la Fuente de fortaleza, no podía
dirigir la mente de Israel para que buscara y mirara a Dios como
su ayudador. De esta manera la predicción del mal iba a labrar su
propio cumplimiento.
En las llanuras de Sunem y en las laderas del monte Gilboa,
los ejércitos de Israel y las huestes filisteas se trabaron en mortal
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combate. Aunque la temible escena de la cueva de Endor había
ahuyentado toda esperanza de su corazón, Saúl luchó con valor
desesperado por su trono y por su reino. Pero fue en vano. “Los
de Israel, huyendo ante los filisteos, cayeron muertos en el monte
Gilboa”. Tres hijos valerosos del rey perecieron a su lado.
Los arqueros apremiaban más y más a Saúl. Había visto a sus
soldados caer en derredor suyo, y a sus nobles hijos abatidos por la
espada. Herido él mismo, ya no podía pelear ni huir. Le era imposible