Página 654 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
“Síguelos, porque ciertamente los alcanzarás, y de cierto librarás a
los cautivos””.
Cuando se oyeron estas palabras, el tumulto, producido por la
aflicción y por la ira, cesó. David y sus soldados emprendieron en
seguida el perseguimiento de sus enemigos que huían. Fue tan rápida
su marcha que al llegar al arroyo de Besor, que desemboca en el
Mediterráneo cerca de Gaza, doscientos hombres de la compañía
fueron obligados a rezagarse por el cansancio. Pero David, con los
cuatrocientos restantes, siguió avanzando indómito.
Encontraron un esclavo egipcio, aparentemente moribundo de
cansancio y de hambre. Pero al recibir alimentos y agua revivió, y se
supo que lo había abandonado allí, para que muriera, su amo cruel,
un amalecita que pertenecía a la fuerza invasora. Contó la historia
del ataque y del saqueo; y luego, habiendo obtenido la promesa de
que no sería muerto ni entregado a su amo, consintió en dirigir a la
compañía de David al campamento de sus enemigos.
Cuando alcanzaron a ver el campamento, sus ojos presenciaron
una escena de francachela. Las huestes victoriosas estaban celebran-
do una gran fiesta. “Y los encontraron desparramados sobre toda
aquella tierra, comiendo, bebiendo y haciendo fiesta, por todo aquel
gran botín que habían tomado de la tierra de los filisteos y de la tierra
de Judá”. David ordenó atacar de inmediato, y los perseguidores se
precipitaron con fiereza contra su presa.
Los amalecitas fueron sorprendidos y sumidos en confusión. La
batalla continuó toda aquella noche y el siguiente día, hasta que
casi toda la hueste hubo perecido. Solo alcanzó a escapar un grupo
de cuatrocientos hombres, montados en camellos. La palabra del
Señor se había cumplido. “Rescató David todo lo que los amalecitas
habían tomado, y libró asimismo a sus dos mujeres. No les faltó
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nadie, ni chico ni grande, así de hijos como de hijas, ni nada del
robo, de todas las cosas que les habían tomado; todo lo recuperó
David”.
Cuando David había invadido el territorio de los amalecitas,
había matado por la espada a todos los habitantes que cayeron en
sus manos. Si no hubiera sido por el poder refrenador de Dios,
los amalecitas habrían tomado represalias destruyendo a la gente
de Siclag. Decidieron dejar con vida a los cautivos, para realzar
más el honor de su triunfo con un gran número de prisioneros,