Página 655 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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David en Siclag
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pero pensaban venderlos después como esclavos. Así, sin quererlo,
cumplieron los propósitos de Dios, guardando los prisioneros sin
hacerles daño, para ser devueltos a sus maridos y a sus padres.
Todos los poderes terrenales están bajo el dominio del Ser In-
finito. Al soberano más poderoso, al opresor más cruel, les dice:
“Hasta aquí vendrás, y no pasarás adelante”.
Job 38:11
. El poder de
Dios se ejerce constantemente para contrarrestar los agentes del mal.
Trabaja continuamente entre los hombres, no para destruirlos, sino
para corregirlos y preservarlos. Con gran regocijo, los vencedores
regresaron a sus casas. Al llegar adonde estaban los compañeros
que se habían quedado atrás, los más egoístas e indisciplinados de
los cuatrocientos insistieron en que aquellos que no habían tomado
parte en la batalla no debían compartir el botín; que era suficiente
que recobraran a sus esposas e hijos. Pero David no quiso permi-
tir tal arreglo. “No hagáis eso, hermanos míos, con lo que nos ha
dado Jehová. [...] Porque conforme a la parte del que desciende
a la batalla, así ha de ser la parte del que se queda con el bagaje;
les tocará por igual”. Así se arregló el asunto, y llegó a ser desde
entonces ordenanza de Israel que todo el que estuviera relacionado
honorablemente con una campaña militar debía participar del botín
igualmente con los que habían tomado parte activa en el combate.
Además de haber recuperado todo el botín que les había sido to-
mado en Siclag, David y sus compañeros habían capturado grandes
rebaños y manadas que pertenecían a los amalecitas. Estos rebaños
y manadas fueron llamados “presa de David”, y al regresar a Siclag,
envió de este botín regalos a los ancianos de su propia tribu de Judá.
En esta, distribución recordó a todos los que le habían tratado amis-
tosamente a él y a sus compañeros cuando estaban en las montañas
y se veían obligados a huir de lugar a lugar para proteger su vida.
Así reconoció con agradecimiento la bondad y simpatía que tan
preciosas habían sido para el fugitivo perseguido.
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Había llegado el tercer día de la vuelta de David y de sus gue-
rreros a Siclag. Mientras trabajaban para reparar las ruinas de sus
hogares, esperaban ansiosamente las noticias del resultado de la
batalla que, por lo que sabían, debía haberse librado entre Israel
y los filisteos. De repente llegó al pueblo un mensajero, “vestidos
rotos, y la cabeza cubieta de tierra”. Véase
2 Samuel 1:2-16
. Fue
llevado en seguida a la presencia de David, ante quien se postró con