Página 662 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
de piedad, habrían hecho peligrar el trono de David así como la paz
y prosperidad de la nación.
“Luego que el hijo de Saúl supo que Abner había muerto en
Hebrón, las manos se le debilitaron, y todo Israel se sintió atemo-
rizado”. Era evidente que el reino no podría sostenerse ya mucho
más. Muy pronto otro acto de traición completó la caída del poder
decreciente. Is-boset fue asesinado alevosamente por dos de sus
capitanes, quienes, cortándole la cabeza, se apresuraron a llevársela
al rey de Judá, esperando así congraciarse con él y ganar su favor.
Se presentaron a David con el testimonio sangriento de su cri-
men, diciendo: “Aquí tienes la cabeza de Is-boset hijo de Saúl, tu
enemigo, que procuraba matarte. Jehová ha vengado hoy a mi señor,
el rey, de Saúl y de su linaje”.
Pero David cuyo trono había sido establecido por Dios mismo, y
a quien Dios había librado de sus adversarios, no deseaba la ayuda
de la traición para establecer su poder. Mencionó a estos asesinos
la suerte fatal que impuso al que se jactara de haber dado muerte a
Saúl. “¿Cuánto más a los malos hombres [he de matar] que mataron
a un hombre justo en su casa y sobre su cama? Ahora, pues, ¿no he
de demandar yo su sangre de vuestras manos, y quitaros de la tierra?
Entonces David dio una orden a sus servidores, que los mataron [...].
Luego tomaron la cabeza de Is-boset, y la enterraron en el sepulcro
de Abner, en Hebrón”.
Después de la muerte de Is-boset, hubo entre todos los hom-
bres principales de Israel el deseo general de que David reinase
sobre todas las tribus. “Vinieron todas las tribus de Israel adonde
estaba David en Hebrón y le dijeron: “Mira, hueso tuyo y carne
tuya somos””. Declararon además: “Eras tú quien sacabas a Israel
a la guerra, y lo volvías a traer. Además, Jehová te ha dicho: “Tú
apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás quien gobierne a Israel”.
Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel ante el rey en Hebrón.
El rey David hizo un pacto con ellos allí delante de Jehová”. Así
fue abierto por la providencia de Dios el camino que lo condujo
al trono. No tenía ambición personal que satisfacer, puesto que no
había buscado el honor al cual se le había llevado.
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Más de ocho mil de los descendientes de Aarón y de los levitas
acompañaban a David. El cambio que experimentaron los sentimien-
tos del pueblo fue pronunciado y decisivo. La revolución se llevó